Por José G. Obrero.
"Se diría que no hay género más promiscuo que la fotografía: nuestros tiempos han convertido a cada ciudadano en un fotógrafo. ¿Es el fotógrafo un artista? ¿Es la fotografía un arte? Y si las respuestas son sí: ¿quiénes son los artistas? Decenas de fotógrafos anónimos alcanzaron el peldaño de la obra maestra"
Del ensayo: El fotógrafo desconocido y la fotógrafa que quería conocerse. Juan Bonilla. Revista ZUT nº1.
Ustedes son libres de creerme. Yo me limito a reproducir las palabras que Francisco Poyatos, en su lecho de muerte, me pidió que os transmitiese. Y tienen ustedes razón cuando especulan con la posibilidad de que se trate de otra de sus bromas, en este caso la última. Con él nunca se sabe. Pero también es cierto que su relato llena de sentido algunos huecos que había en su obra. Espacios incomprensibles en donde residía parte de su temperamento artístico y de su tan famoso “salvajismo heterodoxo” como alguno de ustedes escribió. La cosa, digamos, que se vuelve más mundana, pierde parte de su magia, desmorona el mito que él mismo construyó con ayuda de ustedes. ¿No creen que es demasiado brusco el tránsito de su etapa de fotógrafo mediocre a su brillante y tan cacareada “fotografía retal”? ¿No les parece que cobra sentido la frase: “su obra parece hecha por muchas manos distintas, geniales todas ellas”? Yo puedo además describirles otras situaciones, por algo fui su amigo y confidente, si apagan esos chismes y me prometen no publicarlo. Les cuento esto para que entiendan a Francisco no para que lo destruyan convirtiendo su vida y obra en un chisme de portera, y perdonen la franqueza. Recuerdo a Francisco atormentado, esclavo de la técnica y de la falta de ideas. Un Francisco que pasaba meses sin disparar su cámara más allá de las ruedas de prensa de políticos y empresarios locales, sintiéndose, según sus palabras, “sucio y mediocre”. Más aún cuando agotó el recurso de viajar a lugares exóticos para forzar el impacto de captar rostros y paisajes llamativos, pero siendo incapaz de trasladar una mirada nueva a su entorno inmediato. Su sequía se prolongaba hasta el siguiente viaje y aún así los resultados no eran dignos de destacar, todo sea dicho. Sin embargo, un buen día, de la noche a la mañana, nos anuncia con entusiasmo que la exposición que prepara nos va a sorprender, que nos trae algo fresco, ya veréis ya. Y así fue. La exposición era un derroche de creatividad: instantes únicos, perspectivas imposibles, expresiones, miradas, discurso, y lo más importante, con alma, “la mirada ingenua de un niño descarado”. La crítica, y eso ustedes lo saben mejor que yo, lo encumbró. Durante un tiempo estuvo pletórico, el éxito le sentó bien. Después volvió a ser alguien angustiado aunque esta vez su preocupación era, mantener ese éxito. Las sospechas de que algo andaba francamente mal llegaron de la gente más cercana. Sus allegados y los amigos y familiares de estos contaban que les pedía sus álbumes de fotos y que los repasaba una y otra vez mientras los demás charlaban. Yo mismo lo sorprendí revolviendo los cajones de mi comedor donde amontono mis instantáneas. Pedía fotografías a los amigos y familiares de los amigos, a todo aquel que lo invitase a una fiesta, álbumes, cajas, archivos. Luego, muchos aseguraban que les faltaban fotografías, le acusaban de ladrón, mostraban el hueco de la foto arrancada como prueba. Nadie les escuchó. Pero, ¿saben lo que creo? Creo en sus palabras, sobre todo en las últimas. Me dijo: “Yo no soy un artista, soy un recolector de esas genialidades que los autores no saben que poseen por ignorancia, ¿no es eso una forma de arte? ¿No le estoy dando a la gente la oportunidad de conocer algo que se pudriría en los cajones de las casas? ¿No estoy creando una obra al unirlas todas ellas en un discurso coherente cargado de intención?” No esperó mi respuesta. Quizás era una broma.
"Se diría que no hay género más promiscuo que la fotografía: nuestros tiempos han convertido a cada ciudadano en un fotógrafo. ¿Es el fotógrafo un artista? ¿Es la fotografía un arte? Y si las respuestas son sí: ¿quiénes son los artistas? Decenas de fotógrafos anónimos alcanzaron el peldaño de la obra maestra"
Del ensayo: El fotógrafo desconocido y la fotógrafa que quería conocerse. Juan Bonilla. Revista ZUT nº1.
Ustedes son libres de creerme. Yo me limito a reproducir las palabras que Francisco Poyatos, en su lecho de muerte, me pidió que os transmitiese. Y tienen ustedes razón cuando especulan con la posibilidad de que se trate de otra de sus bromas, en este caso la última. Con él nunca se sabe. Pero también es cierto que su relato llena de sentido algunos huecos que había en su obra. Espacios incomprensibles en donde residía parte de su temperamento artístico y de su tan famoso “salvajismo heterodoxo” como alguno de ustedes escribió. La cosa, digamos, que se vuelve más mundana, pierde parte de su magia, desmorona el mito que él mismo construyó con ayuda de ustedes. ¿No creen que es demasiado brusco el tránsito de su etapa de fotógrafo mediocre a su brillante y tan cacareada “fotografía retal”? ¿No les parece que cobra sentido la frase: “su obra parece hecha por muchas manos distintas, geniales todas ellas”? Yo puedo además describirles otras situaciones, por algo fui su amigo y confidente, si apagan esos chismes y me prometen no publicarlo. Les cuento esto para que entiendan a Francisco no para que lo destruyan convirtiendo su vida y obra en un chisme de portera, y perdonen la franqueza. Recuerdo a Francisco atormentado, esclavo de la técnica y de la falta de ideas. Un Francisco que pasaba meses sin disparar su cámara más allá de las ruedas de prensa de políticos y empresarios locales, sintiéndose, según sus palabras, “sucio y mediocre”. Más aún cuando agotó el recurso de viajar a lugares exóticos para forzar el impacto de captar rostros y paisajes llamativos, pero siendo incapaz de trasladar una mirada nueva a su entorno inmediato. Su sequía se prolongaba hasta el siguiente viaje y aún así los resultados no eran dignos de destacar, todo sea dicho. Sin embargo, un buen día, de la noche a la mañana, nos anuncia con entusiasmo que la exposición que prepara nos va a sorprender, que nos trae algo fresco, ya veréis ya. Y así fue. La exposición era un derroche de creatividad: instantes únicos, perspectivas imposibles, expresiones, miradas, discurso, y lo más importante, con alma, “la mirada ingenua de un niño descarado”. La crítica, y eso ustedes lo saben mejor que yo, lo encumbró. Durante un tiempo estuvo pletórico, el éxito le sentó bien. Después volvió a ser alguien angustiado aunque esta vez su preocupación era, mantener ese éxito. Las sospechas de que algo andaba francamente mal llegaron de la gente más cercana. Sus allegados y los amigos y familiares de estos contaban que les pedía sus álbumes de fotos y que los repasaba una y otra vez mientras los demás charlaban. Yo mismo lo sorprendí revolviendo los cajones de mi comedor donde amontono mis instantáneas. Pedía fotografías a los amigos y familiares de los amigos, a todo aquel que lo invitase a una fiesta, álbumes, cajas, archivos. Luego, muchos aseguraban que les faltaban fotografías, le acusaban de ladrón, mostraban el hueco de la foto arrancada como prueba. Nadie les escuchó. Pero, ¿saben lo que creo? Creo en sus palabras, sobre todo en las últimas. Me dijo: “Yo no soy un artista, soy un recolector de esas genialidades que los autores no saben que poseen por ignorancia, ¿no es eso una forma de arte? ¿No le estoy dando a la gente la oportunidad de conocer algo que se pudriría en los cajones de las casas? ¿No estoy creando una obra al unirlas todas ellas en un discurso coherente cargado de intención?” No esperó mi respuesta. Quizás era una broma.
3 comentarios:
De las clases de Literatura del Renacimiento recuerdo el concepto de "imitación compuesta": los autores, cual abeja laboriosa que liba de flor en flor, deben utilizar lo mejor de los poetas precedentes. Hay algo parecido en el personaje de tu relato, una capacidad parecida de aunar bajo una mirada imágenes dispersas. ¿Quién dijo plagio?
Ahí tenos a Warhol (colega de toda la vida) reproduciendo fotos que ahora les fastidiarían los de la SGAE. Lo importante es lo que crean la santísma trinidad (autor, público y crítica) para cosas más profundas ya tenemos los programas del corazón. Oye, Andrés, qué foto más chula.
Un abrazo.
pues a mi tu relato me parece una de esas piezas que un genio ya ponderado sabría 'robar' para hacer otro libro, Vilamatas, mismamente. cuidadín con las ideas, campéón!
ósc
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