Las botas colgaban recias, señoriales, en el techo de aquel curtidor. Mi padre no dudó en que estaban allí, esperándolo, eran para él, eran sus primeras botas, que podría comprarse con el fruto de su trabajo.
Yo le miré calzarse primero una, afirmar el pie y sonreír. Después la otra, el mismo gesto. Caminó unos pasos y sintió crujir el suelo bajo sus pies. Estaba orgulloso.
“Un cazador debe saber cómo vivir y morir con las botas puestas”, me dijo.
Ahora, yo tenía sus botas colgando sobre mi cabeza. Recordaba la cara descompuesta, macilenta, de mi padre. Los ojos todavía tenían el brillo de la ignorancia. Nunca llegó a saber por qué aquel hombre a caballo le reclamó la pieza de caza que tenía la flecha de mi padre clavada en el corazón.
Tampoco yo nunca entendí por qué mi madre y mis hermanos fueron horriblemente quemados dentro de nuestra propia casa, nuestras tierras arrasadas y nuestro ganado descuartizado.
Siervos de un señor que ahora les quitaba la vida por cobrar una pieza de caza.
He vivido en el bosque durante un año, he aprendido del zorro y del lobo, de la lechuza y del águila. He visto sin que nadie me viera, en la noche, durante el día, con sigilo proceloso.
Y ahora tenía las botas de mi padre colgando sobre mí.
Hay ruido de montería, gritos. Hoy no buscan piezas de caza. Buscan a su señor. Hoy no encontrarán las botas de mi padre. Mientras las quito de los extraños pies, hay unos ojos que me miran sin comprender.
¿Cuántos hay que mueren sin saber por qué?
*** Hoy miles de gargantas están pidiendo que cese la guerra en la franja de Gaza. Hoy y siempre, en todas las guerras, en todos los abusos de poder, hay gente que muere sin saber por qué. Hay odio, hay deseo de venganza, hay dolor que genera más dolor. Sólo el bosque es el mismo.
Yo le miré calzarse primero una, afirmar el pie y sonreír. Después la otra, el mismo gesto. Caminó unos pasos y sintió crujir el suelo bajo sus pies. Estaba orgulloso.
“Un cazador debe saber cómo vivir y morir con las botas puestas”, me dijo.
Ahora, yo tenía sus botas colgando sobre mi cabeza. Recordaba la cara descompuesta, macilenta, de mi padre. Los ojos todavía tenían el brillo de la ignorancia. Nunca llegó a saber por qué aquel hombre a caballo le reclamó la pieza de caza que tenía la flecha de mi padre clavada en el corazón.
Tampoco yo nunca entendí por qué mi madre y mis hermanos fueron horriblemente quemados dentro de nuestra propia casa, nuestras tierras arrasadas y nuestro ganado descuartizado.
Siervos de un señor que ahora les quitaba la vida por cobrar una pieza de caza.
He vivido en el bosque durante un año, he aprendido del zorro y del lobo, de la lechuza y del águila. He visto sin que nadie me viera, en la noche, durante el día, con sigilo proceloso.
Y ahora tenía las botas de mi padre colgando sobre mí.
Hay ruido de montería, gritos. Hoy no buscan piezas de caza. Buscan a su señor. Hoy no encontrarán las botas de mi padre. Mientras las quito de los extraños pies, hay unos ojos que me miran sin comprender.
¿Cuántos hay que mueren sin saber por qué?
*** Hoy miles de gargantas están pidiendo que cese la guerra en la franja de Gaza. Hoy y siempre, en todas las guerras, en todos los abusos de poder, hay gente que muere sin saber por qué. Hay odio, hay deseo de venganza, hay dolor que genera más dolor. Sólo el bosque es el mismo.
1 comentario:
Una preciositat, Rufino
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