jueves, 12 de marzo de 2009

Antígona de María Zambrano


Por Raquel Casas

Tras el día de la mujer, relectura del mito de Antígona
La historia de Antígona tiene una prolífica descendencia, sin embargo es Sófocles el primero en utilizar a este personaje para hacer una definición del hombre por sí mismo en un acto de enfrentamiento. La tragedia se abre en los primeros momentos de la posguerra. Creonte, el nuevo rey, ha restaurado el orden en la ciudad y ha dispuesto las pompas fúnebres de Polinices, hermano de Antígona, a la vista de todos. Polinices no podrá ser enterrado ya que Creonte ha ordenado pena de muerte para quien lo haga. El cuerpo no se ve, pero se respira la putrefacción de la carne: es un olor amenazante, que confunde, que enloquece. Antígona decide sacrificarse y dar sepultura a su hermano, aun sabiendo que el castigo será ser ella misma enterrada. Pero Sófocles hace que se suicide antes de ser enterrada. María Zambrano modifica en su obra este argumento haciendo una particular lectura. En la historia de la tragedia, la diferencia está en el final que imagina para ella: la conduce a la tumba, pero la mantiene allí viva como en una cuna, como en un nido. Así permanecerá recibiendo la visita de los personajes. En su obra Creonte le pide que salga de la tumba por interés propio, porque quiere que se salve su hijo, novio de Antígona, que ha decidido suicidarse. Zambrano la mantiene con vida porque se merece más tiempo para ser plenamente consciente del sentido de su sacrificio; por eso hace que baje viva al mundo de los muertos, de la oscuridad, de la sombra. Ella misma justifica su sobrevivencia afirmando que “sólo viviendo se puede morir”. Como auténtica heroína de la conciencia quiere saber y sufre por ello y para ello. El punto de vista de la autora es interesante por su dimensión política, pero sobre todo por su dimensión metafísica. Lo que hará Zambrano es pensar el pensamiento y se da cuenta de que la visión filosófica occidental se ha alimentado de una ceguera originaria, de un no querer ver (como Edipo). Zambrano intentará desmontar, cuestionar las categorías sobre las que se ha construido la cultura porque ha sido un pensamiento pretendidamente universal y se ha convertido en un muro, ha perdido la capacidad de dialogar con la realidad. Zambrano defiende una manera de estar en el mundo admirándose, sin reducirlo a nada (lo llama “razón poética”). Se trata de otro modo de pensar la vida relacionado con su condición de mujer. Fue consciente de ser una mujer que escribía y evitó la masculinización. Advirtió las limitaciones del feminismo; aspiró a una verdad capaz de trastocar el discurso de la sexualidad. La pretensión de universalidad del discurso filosófico estaba asexuada y con una visión masculina del mundo: el mundo puede y debe ser sometido a la voluntad del hombre. El hombre empezó por someter o neutralizar a la mujer y la construyó a su antojo. Sobre ese sacrificio se ha levantado toda ley, todo gobierno (Creonte representa la ciudad levantada frente al sacrificio femenino). Para Zambrano la realidad, las cosas no son manipulables, existen para que las escuchemos. En esta filosofía entran las mujeres como protagonistas que se han ofrecido humildemente para socorrer la realidad (han sido negadas por la Historia y por eso su lugar ha sido la vida); no han participado de la Historia pero sí de la vida.

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