sábado, 14 de marzo de 2009

EL MAPA DE UN CRIMEN


Por Rubén García Cebollero


El mapa de un crimen no es una novela perfecta, pero es una novela que merece ser leída. Cuando te encuentras con un veinte por ciento que no te convence, y un ochenta que sí, está claro que abunda más lo bueno que lo malo.

Hay que felicitar a Paco López Mengual, el autor, por la dificultad que conlleva tratar un tema, que no por real, pudiera haber sido tan sólo una suma de tópicos. La tragedia que narra no es tan sólo una contraposición de fuerzas amorosas, sino también de ideales, y de situaciones que nos llevan de la guerra civil a la posguerra.

Al leer la novela me resultaba inevitable pensar en Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez, pero los ritmos, las intenciones y los tonos son diferentes. El narrador de El mapa de un crimen es más “deshonesto”, más cercano al narrador de Soldados de Salamina, y no vive los hechos de manera directa, sino que necesita recrearlos a posteriori.

También me resultaba inevitable pensar en La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela. De hecho, creo que serían innumerables las referencias a novelas sobre la guerra civil o la posguerra que podríamos reunir. Todo ello formaría parte del discreto veinte por ciento que podría haber eclipsado al otro ochenta. Sin embargo, Paco López Mengual consigue con su prosa pasar del lado oscuro al lado luminoso, con certera agilidad, al construir la trama casi sin artificios, con la naturalidad oral de las historias narradas con mirada cinéfila.

Empieza así el capítulo I: “sospecho que debí de ser un niño con poco apetito”. Debemos tener en cuenta que ese verbo inicial, sospecho, determina el ambiente que hallaremos en toda la novela, pues la cita inicial ya nos advierte que quizá lo primero no es lo que sucedió cronológicamente, sino aquello de lo que antes tuvimos noticias.

La madre del narrador le contaba cómo habían degollado a Joaquín Maqueda, la historia del crimen del boticario, que era cojo, rico y de pasado republicano. El asesino había sido Matías el garra (el homicida), “un perdedor nato que había dilapidado el patrimonio de la familia” (página. 17, capítulo 3). La causa del crimen había sido la menor de las cuatro hijas de Neviscas, Isabel Coy, la prometida.

La historia que parece un triángulo puede que no lo sea. Los personajes no son planos, simples caracteres. Joaquín Maqueda había sido aviador republicano, y estudiante de medicina en Madrid, donde en el hostal la Estrella conoció a Michelle, de quien “aún no había olvidado el sabor salado de su espalda aquella tarde ni la impresión que le produjo el espesor de su pubis” (pág. 33, capítulo 4).

En el penal de Burgos, en el cincuenta y siete, Matías el Garra le insistirá a don Cipriano, el párroco del pueblo, que él no mató al ruso. Joaquín Maqueda sentía que la vida le había otorgado una prórroga de duración incierta (págs. 64-65, capítulo 12), al hablar con su hermano gemelo en la farmacia, doce años después del treinta y nueve, en un ambiente donde los vencedores “se esfuerzan para que la herida que ellos mismos provocaron no cicatrice nunca” (página. 67).

En el capítulo trece aparece una carta en la que Joaquín Maqueda sabe de su amor perdido, y de los campos de refugiados “donde León Blue hacinaba como cerdos a los combatientes republicanos que lograban cruzar los Pirineos” (pág. 76). La carta de la mujer que amó, la ahora madre, que le habla del niño al que cuenta “la leyenda de un aviador que, persiguiendo con su aparato un sueño, se perdió entre las nubes del cielo” (pág. 79), y que Rusia “ya no es el paraíso en el que una vez creímos” (pág. 80).

En el capítulo 16 el tuerto Illán confiesa al narrador que “los pobres sólo podemos ser lo que nos dejan” (pág. 96), y ambos hablan del crimen de Maqueda para olvidarlo mejor.

En el capítulo 17 los papeles de Matías el garra nos hablan de la Guerra, “cuando los comunistas nos obligaron a los cristianos a descender, de nuevo, a las catacumbas” (pág. 107), y de los ruegos de las tías a San Rogelio que no pudo ayudarle en Rusia, pues “aquel puto país estaba tan alejado de Dios que no pudo llegar hasta allí su influjo” (pág. 108). Matías fue uno más de la Divisón Azul que a principios del cuarenta y cuatro “traíamos marcados en el rostro los surcos que abre la derrota en los vencidos” (pág. 114). Sabemos que la desaparición de San Rogelio desemboca en la muerte de la tía Fe, a quien la vida se le fue apagando. Después Matías dirá que “dicen que hay mujeres que se casan con un hombre para olvidar a otro” (pág. 120).

Al llegar al capítulo 19 sabemos que “cada amanecer es distinto y anuncia un día diferente a los demás” (pág. 133), y en el último capítulo que “no es bueno que regresen con vida los recuerdos del pasado” (pág. 152).

Observarás, lector, que en este mapa faltan algunos datos alrededor del crimen, del lugar, de la atmósfera. ¿Por qué Neviscas rechazó a Matías como pretendiente para su hija? ¿Cómo fue asesinado el muerto Maqueda? ¿Qué personajes, objetos y sensaciones más reconstruyen la historia?

Y esto es así porque todos los mapas, como todos los libros, deben ser leídos con atención para saber a dónde nos llevan, a dónde quieren llevarnos y a dónde hemos querido ir. Te toca a ti, ahora, seguir el rastro del aliento con el que la navaja del barbero corta la vida del tranquilo pueblo levantino, un domingo de mayo del cincuenta y dos, para que se añada en el mapa otra cruz más.

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