sábado, 25 de abril de 2009

ESTANCOS DEL CHIADO, DE FERNANDO CLEMOT


Por Rubén García Cebollero
12 cuentos de Fernando Clemot se reúnen en "Estancos del Chiado", en 3 grupos de 4, bajo los títulos de Mitologías, El jardín de la memoria, y Ocasos.
Que los cuentos hayan sido o no premiados en cértamenes no influye en la lectura-reseña que aquí escribo. En Estancos del chiado, libro, la literatura, la infancia y el tiempo nos conducen con acertado pulso narrativo a lugares y estilos muy diferentes entre sí, pero con un buen sabor de boca común.
En "El príncipe del Vómero" asistimos a la narración que un periodista que vivió algo más, más importante que el artículo, la muerte de Totò, lejos del Nápoles del Príncipe.
En "Orgullosamente apasionado" Fernando nos cuenta que "el tiempo es un tren de velocidad constante que a menudo se cruza con otro que viene en dirección contraria, que es el pasado". Pereira lee cartas de un tiempo de "diplomáticos que mantenían el mismo silencio espeso del país entero", en una atmósfera donde la vida y la certeza son rastros ajenos de vidas pasadas.
En "Una dame sans merci" empieza la narración así: "asienta el hombre cada pie despacio", y nos sentimos entre fantasmas que se preguntan: "¿Cuántos latidos caben en una vida, Eduardo? ¿Cuántas alegrías? ¿Cuántas penas?", y que se miran con "la mirada insípida como la de un reptil". Tal vez todos los poetas seamos fantasmas, en este tiempo, en el pasado y en el futuro, pero Fernando avisa: "la poesía no necesita referentes, amigo, es un mundo propio, no tengo por que conocer una dama para valorar una poesía, debería entenderse por sí misma".
Aunque sólo fuera por el relato "Cazadores de ganado" merece la pena leer Estancos del Chiado. Es el relato que más me gusta, por la técnica en los cambios de narrador y perspectiva y por la profunda carga simbólica que destila. En un fragmento dice: "Los rusos no sabían cuidar su ganado; veía las reses famélicas y huesudas, con sus enormes ojos bamboleando al compás de sus ubres cuarteadas, como las que vagan por las calles de Bombay o Calcuta, viejas y con las espaldas reventadas de tanto arrastrar el yunque. Debían dejar en herencia una carne reseca, elástica como un trozo de corcho". El mérito del relato está en el descrédito del héroe, en la mitología bélica desactivada, en la sabia economía que nos conduce a la descarga.
En "Estancos del chiado", relato que da título al libro, nos sentimos en el Chiado, "del que todavía brotaba un hálito de humo, a escombro, un bostezo vago como el que deja en la boca el primer café de la mañana. Luego con el pasar de los coches y autobuses aquel espectro desaparecía, retornaba aquel fuelle al estómago fétido de las ruinas" para demostrarnos que la vida es "adaptación al medio, la vida no es más que eso", y que "la suerte que tienen los difuntos es que no envejecen". En esos "estancos del chiado"están los hijos que podríamos tener y no tuvimos, los senderos que se bifurcan (diría Borges) que no seguimos, y esa sensación al recordar una historia de amor que es tan sólo la anécdota de lo posible, por la que "puede que hayamos hecho muchas veces el amor, yo en el rostro de otro".
En "El verano del cortapichas" la infancia se funde con la circuncisión, que es una experiencia más o menos dolorosa según la edad, y las pulsiones sexuales que se sientan. Retrata el mundo sin esconderlo: "no hay lugar más triste que una mesa ya que es frente a ella cuando el entendimiento recorre todas sus miserias, allí el pobre entiende toda su condición y el solitario añora todas sus amistades". Pero el tiempo es "también un insecto paciente, teje lento con su pico de araña, trama su pátina blanca alrededor del recuerdo hasta que deja una película que emborrona la memoria". El relato nos recuerda que la niñez está "plagada de diminutos crímenes que arrastraremos siempre, quién no pegó a cualquier infeliz y le escupió luego, por qué fuimos crueles con un perro o una cucaracha por mera curiosidad". Nada bueno despiertan los recuerdos.
En "Bautizos de primaveras pasadas" el peso de las fotografías de lo que otros vivieron da pie a la fantasía, porque "no recordar también es recuerdo como un cubo vacío no deja de ser cubo", y alguien nos verá a nosotros "como las caras que no reconocemos en las fotos, seremos dos extraños más, ajenos, como bautizos de primaveras pasadas".
En "Árbol de familia" el protagonista descubre que su abuelo construía carreteras con la misma facilidad con la que hacía hijos, y abandonaba familias, porque nunca sabe "el viento hacia dónde va a soplar", y "en los bordes de cualquier carretera de las que circulaba pudiera surgir un pariente, un primo hermano; bastaría con que el abuelo Jacinto hubiera pasado por allí".
En "Levante" sabemos que volver a Piedivalle no va a ser bueno para el protagonista, que "en cada resaca sentía como si se volviera a levantar de nuevo el sudario de mis desdichas", y que sabe que "mata más rápido un fusil que la mala conciencia", hasta que mucho tiempo después que tuviera lugar la violación, sin que él hiciera nada, acaba descargando los remordimientos en la mesa donde va a contarlo a la familia.
En "Terrazas de otoño" nos cuenta que los héroes ya no lo son, que uno regresa a casa con "la cota y armadura deshechas como si me hubieran reventado el espaldar como una lanza" porque el amor es así de "hideputa", o sus sucedáneos, y bebes y te vas "sintiendo más y más viejo, vencido, como Alonso Quijano en la playa de la Barceloneta, rebozado en arena, inválido ya para más aventuras".
En "Un cuarenta y cinco largo" destaca la ironía que nos lleva a esa hilera de "enormes zapatones del cuarenta y cinco", que indican que quizá Auguste Comte tenía razón, y "los muertos gobiernan a los vivos".
Queda aquí esta invitación a transitar por los relatos de "Estancos del Chiado", a descubrir muchísimo más de lo que aquí he apuntado, a sentir que el tiempo se nos confunde en la memoria con el placer sensual de un pueblo nómada.
"Estancos del Chiado" invita a la lectura, la relectura, las múltiples lecturas que nos recuerdan que ni la vida, ni lo que somos, tiene una única forma, un único pensamiento, un único discurso. Que la libertad os acompañe.

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