domingo, 3 de mayo de 2009

DEPENDENCIA

Por Rufino Pérez


Quería ser libre. Empezó a desprenderse de todo aquello que consideraba una atadura. En primer lugar, dejó de comer, porque pensó que dejar de respirar le haría libre en muy poco tiempo y él quería gozar del proceso.

A la vez que decidido dejar de comer, se despojó de sus ropas y empezó a tirar los muebles de la casa a la basura, entre el asombro de sus vecinos y las risitas de alguna vecina de mirada malévola. Tras los muebles, vinieron los trajes, zapatos y efectos personales. Ninguno de los anteriores bienes acabó realmente en la basura dado que estamos en crisis y que la locura es, pensaba el vecindario, un estado transitorio del que cuando uno se recupera, santa Rita Rita Rita….

Le habría dado un buen mordisco al último trozo de pan que tiró a la basura, pero la decisión de ser libre pudo más que el hambre. Ahora ya notaba la levedad de cuerpo y alma que le aportaba su decisión, tras la primera semana de este acuerdo consigo mismo. Y se sentía bien. Había soportado miradas, comentarios, risas y hasta amenazas policiales de ingreso en un sanatorio. ¡Qué sabrán ellos de libertad!

En la segunda semana de libertad, se dio cuenta de que no podía salir a la calle desnudo porque rápidamente lo trincaba la policía local. Nadie le venía a visitar y resultaba muy aburrido dedicarse sólo a mirar por la ventana. Las piernas le flojeaban y notaba que ya no podía razonar como antes cuando no era libre. Y si no podía sentir la libertad racionalmente, entonces tal vez estaba equivocado respecto al concepto de libertad.

Entonces llamaron a la puerta y en un gesto de libre albedrío, decidió abrir.

Tres semanas más tarde, este hombre gozaba de plena libertad en el super de la esquina decidiendo si compraba yogur natural azucarado o edulcorado.

4 comentarios:

Beatriz dijo...

Hizo falta la camisa de fuerza para devolverle a la cordura, estilo Jack Lemmon en Días de vino y rosas? O con un poquito de prozac y alimentación intravenosa hubo suficiente? Y la familia y el vecindario, lo volvieron a mirar tan bien como antes? Le importaba lo más mínimo si era que no? Y además al regresar se encontraría sin muebles en casa, si es que la conservaba todavía y no se la habían partido los herederos, dándole ya por muerto, o por lo menos vegetal, vaya incordio! Claro, que eso, comparado con el placer de regresar y sentirse libre para poder comprar yogurs con o sin azúcar, eran minucias de las más triviales! Vive la liberté!!!

Otra vez los yogurs, mmmmm: contradicción, caducidad, o hay más matices todavía desconocidos y recuperables?

Besos, besos, besos :)

Carso dijo...

Caducado, seguro que compraba el yogur caducado. Oye, no sé si habrás leído el Palacio de la Luna de Auster, su protagonista se va desprendiendo de sus cosas en un estoico ataque de libertad que le conduce a un asombroso viaje hacia la nada. En fin, es lo que se conoce como turismo interior.

Carla dijo...

M'he estremit amb
"Quería ser libre. Empezó a desprenderse de todo aquello que consideraba una atadura. En primer lugar, dejó de comer, porque pensó que dejar de respirar le haría libre en muy poco tiempo y él quería gozar del proceso."
Digues-me romàntica o tràgica, però millor no hagués anat al supermercat a comprar iogurt...
Preciós. Gràcies, com sempre, per compartir la teva agudesa i sensibilitat.

Mercè Mestre dijo...

Com diu la cançó: "Depende, todo depende..." Obrir la porta per tornar a ser presoner o tancar-la definitivament per ser lliure?

Però a mi el que m'intriga de debò és:

1. Qui va trucar a la porta?

2. L'aspirant a lliure va baixar al súper vestit o en pilotes?

3. És lliurement addicte als iogurts?

Uuuum, no sé, no sé, el concepte de la llibertat passa per aquestes línies tan subtils que em fan dubtar de tot!!!

Rufino, gràcies, per la ironia!