miércoles, 10 de junio de 2009

EL PATINETE DE ORO

Por José G. Obrero


Los clientes comían ruidosamente en sus mesas. Como de costumbre unos daban gritos otros se levantaban y saltaban. Otros cantaban e imitaban el ruido del tren. “¡No cago desde hace tres días. Voy a morir! ¡Tres días sin cagar, me muero!” Un hombre de cara afable y babilla colgando de la comisura de los labios balbuceaba por enésima vez cómo sería el patinete que iba a traer al niño de los dueños del bar: “la base será de oro y los cojinetes de plata…¿Sabes?” Y recogía su hilillo de saliva. “¿Cuándo, cuándo?” preguntaba el niño, impaciente por tener esa maravilla que sería la envidia de sus primos mayores. “Mañana. Mañana. Mañana…” Y cuando parecía que iba a dormirse, decía repentinamente: “la barra para moverlo será de platino…”. “¡Javi, deja comer tranquilo al señor Damián!” Le gritaba su madre cargada con dos platos de estofado en un brazo y los cubiertos en la mano libre. Entonces el niño salía a la calle y miraba las montañas de la sierra de San Mateo cuya falda empezaba a pocos metros del bar. El ruido de los patinetes de sus primos y su hermano mayor le sacaban del embobamiento, a veces lo hacían atropellándole, y el niño se encontraba de pronto encima de ellos lloriqueando. “Javi, mira. Mira como vuelven los locos al manicomio” Y miraba a los clientes del bar salir relinchando como un caballo, gritando al cielo, o revolcándose por la tierra. Al niño la escena le parecía a esas alturas la cosa más natural del mundo y, en el día libre, cuando sus padres los llevaban a pasear al centro, le costaba entender que la gente no hiciese tales cosas, todos tan serios y silenciosos, tan contenidos en su manera de hablar y caminar. Gente que nunca prometería a nadie un patinete de oro. El niño prefería los días en que sus padres trabajaban.
Aquella tarde todos estaban en el bar. El padre y el tío detrás de la barra, la tía y su madre sirviendo platos, y sus primos tirándose cuesta abajo con los patinetes junto con su hermano. El niño abría la caja de lápices de colores que le acababan de comprar y garabateaba en una servilleta.
No era la primera vez que aquella gente entraba en el bar pero nunca lo habían hecho en un grupo tan numeroso. Ocho o diez tipos jóvenes uniformados. Todos llevaban el pelo engominado y peinado hacía atrás, la camisa azul y las gafas de sol que no se quitaron en ningún momento. Uno de ellos se adelantó al resto para gritar: “¡aquí apesta a rojo!” comentario que provocó las risotadas de sus compinches. Se hizo un silenció sepulcral, todo se paralizó. Los hombres detrás de la barra dejaron de atender y las mujeres se quedaron clavadas en el suelo, como si las hubiesen congelado. Sólo uno de los clientes rompió el silencio diciendo: “¡tuuu tuuuu! ¡chaca chaca chaca!” ¿Quién es el hijo de puta que se cachondea de Fuerza Nueva? ¿Quién tiene los santos cojones?” El ruido del tren imaginario desapareció. Se sentaron en las mesas con estrépito. “¡Camarera, camarera! ¡Estás tardando en traernos vino! ¿O es que no nos ves?” La madre del niño corrió a por los vasos y las botellas. Cuando comenzó a servir uno de los tipos cayó en la cuenta de que la mujer era zurda. Agarrándole el brazo con fuerza le gritó: “¡Ni se te ocurra servirnos con las izquierda roja de mierda!” En ese momento algunos se levantaron y empezaron a dar vueltas al local. Tres de ellos se metieron tras la barra, empujaron a los hombres y comenzaron a tirar las botellas del aparador. “’¡Y vosotros qué miráis, subnormales!” gritaron a los clientes. El señor Damián recogió con la lengua su hilillo de baba antes de tomar al niño en brazos y llevarlo hacia su mesa para protegerlo. Los ojos del niño habían dejado de parpadear abiertos como ventanas. Su padre se volvió hacia ellos y comenzó a encararlos, les gritó que les dejasen en paz y que se fueran, que no querían problemas. Que se comportaran como personas y no como animales, pero sólo consiguió atraer hacía si a todo el grupo que ya lo agarraban de brazos y cuello ante las inútiles protestas de su tío y de las mujeres. Entonces sucedió. El señor Moreno comenzó a cantar la copla que entonaba a todas horas: “por el camino verde que va a la ermita…” pero lo hacía de manera distinta, en lugar de hacerlo a pleno pulmón como de costumbre, la estaba susurrando, la cantaba con dificultad, como si algo en su interior luchase por evitarlo, hasta que la convirtió en un sencillo silbido. Y así silbando, con las manos en los bolsillos, en una actitud entre chulesca y natural que reforzaba su fino bigotito blanco, se fue acercando al grupo hasta que les gritó: “¡Soltad a ese hombre ahora mismo, desgraciados!” “¿Quién eres, subnormal?” “Soy Antonio Moreno Galán, teniente de Falange, camisa vieja, servidor de la patria desde antes de que vuestros padres se cagaran en los pañales” Y al decir esto el señor Moreno les extendió un documento. “Sé quién os manda. Os manda Emiliano porque quiere hacerse con los locales de esta zona y claro, se aprovecha de la juventud. No os metáis en estas cosas o lo pagaréis caro. Él se quedará tan tranquilo en su casa mientras vosotros chupáis cárcel como le pasó al pobre muchacho al que acusaron de quemar el local de al lado” “¿Quién eres tú?” preguntaban ahora con nerviosismo, mientras soltaban al padre del niño. “Ya te lo he dicho, un falangista, ¡un camarada! Iros y dejad a la buena gente en paz. ¿O queréis que informe a Don Luis Barbate de vuestras andanzas y las de Emiliano?” “Vámonos de aquí”, comenzaron a decirse unos a otros, y con la misma energía con la que entraron, abandonaron el local dando un portazo.
Cuando la familia fue a darle las gracias al señor Moreno este les interrumpió cantando a voz en cuello: “¡Camino, camino verdeee!”. El niño se fue a la mesa e intentó dibujar un patinete de oro.

10 comentarios:

Beatriz dijo...

José,
Veo que ahondas en el tema. Te ha entrao la vena. Uf, aún me acuerdo de Blas Piñar, quiero decir, cuando salía en las noticias y era líder político después de Franco, claro, que de antes pocos recuerdos políticos tengo -por no decir ninguno, ja! Tú también tienes algún recuerdo, aunque sea falso -por edad, digo. Aunque en aquella época los patinetes como que no, no? Yo recuerdo un monopatín, que compartíamos sacrosantamente las hermanas -eso de que cada una tuviera uno como que no en aquella época. Y sin hacía falta, lo compartías también con los primos. Pero fue entrados los '80.

Un poco en plan Tejero los tíos esos de las camisas azules y las gafas de sol; y la barra del bar el Parlamento, ja! Al suelo, coño!!! Pum, pum, pum, con la pistola de Paula, la Magnum 44.

Pero lo mejor lo mejor, lo que queda, es la obstinación del niño y su mirada cándida: sólo ve su deseo del patinete. Y como lo ve crudo, pues lo pinta y ya está, que es lo que hacíamos los de nuestra generación cuando queríamos algo y sabíamos que iba a ser que no -y antes que nosotros, nuestros padres y nuestros abuelos, con sus sonsonetes respectivos: eso en nuestra época no pasaba! Vaya consumismo! No sabéis apreciar lo que tenéis! Sois unos consentidos! Materialistas... Amén. Así sea. Ad infinitum. Ya lo decía Sócrates... Esta juventud, que crece torcida!

Me ha gustado mucho, José. Pero me has hecho poner nostálgica, por todos los patinetes que no tuve -ahhh, y menos si eran de metales preciosos!!! Eso no es territorio exclusivo de las joyas???
Abrazo:)

José García Obrero dijo...

Bueno Ester, creo que somos más o menos de la misma quinta, porque yo tuve mi primer monopatín en condiciones (de color amarillo, con el símbolo de las Olimpiadas en relieve) en los años ochenta. En la época del relato (tardíos setenta) yo contaba con cuatro o cinco años y los patinetes que aparecen se los fabricaba el propio niño. Cogía una madera alargada para hacer la base, en un taller mecánico pedía cuatro cojinetes de coche y se los ponía debajo y, finalmente, atravesaba una barra en la parte delantera que le serviría de volante (yo nunca aprendí a hacerlos, había que ser un poco manitas y yo en aquel tiempo bastante tenía con saber caminar hacia delante, pero mis primos y hermano, efectivamente, los tenían tuneados y todo). Ahora recuerdo algunos juguetes de fabricación propia que habría que rescatar. Uno muy sencillo era la máquina del millón, hecha con una simple tabla de madera, un par de pinzas de la ropa, mucha goma de envolver los pollos y mucho clavo para dibujar el trazado. Una infancia de barrio es una buena infancia, definitivamente.

José García Obrero dijo...

Estoy hablando con un compañero también de barrio y me ha recordado dos muy buenos (es curioso él es cordobés y teníamos los mismos juguetes). La ballesta: una simple tabla alargada con un clavo en el extremo a medio clavar, una pinza de la ropa clavada en el otro extremo. Se pasaba la goma con el alambre desde el clavo hasta la pinza, la goma debía quedar muy tensa, y el alambre salía disparado como una bala. Los más birgueros cogían una percha y se la atornillaban en la parte delantera quedando un diseño auténtico de ballesta.
Más rudimentario: se cortaba el cuello de la botella de plástico de Cacaolat y se le ponía globo atado con gomas en la parte más estrecha (en la boca) y ya tenías un magnífico y moderno tirachinas con el que torturar a amigos o en su defecto, lagartijas.

Beatriz dijo...

Bueno, José, siento decepcionarte y sacarte de tu craso error, pero no: que no tenga recuerdos políticos de antes de Franco no implica que no tenga NINGÚN recuerdo de antes del 75: los tengo a porrillo, pero no son políticos, sino de otra índole. Por edad no tocaba. Lo único parecido a una memoria política anterior al 75 es la prevención de los adultos cuando tarareábamos la cancioncita: Viva Franco, que tiene el culo blanco y si se va a París, también lo tiene gris. Viva su esposa que lo tiene rosa... Es decir, que de camino a la escuela, todavía había grises... ahahahaha.
Más explícita: el 23F del 81 estaba en la recta final de la EGB, y recuerdo muy bien el pum pum de Tejero y acólitos y a Gutiérrez Mellado enfrentándose a los camisas azules/verdes.

Y los únicos juguetes home-made eran los canutillos que con la carcasa del BIC (naranja escribe fino, BIC cristal escribe normal, 2escrituras a elegir, BIC, BIC, BIC, BIC, BIC)cristal, los chicos en la clase de la 2a etapa (oh, no había ciclos!), cuando por fin las clases fueron mixtas (buf!), se dedicaban a rellenar de arroz para tirárnoslo a las chicas en medio de la clase. Y algún que otro espabilao traía un espejito mágico y diminuto de casa, se lo enganchaba discretamente sobre el empeine del zapato, y se dedicaba a vagar por el patio para descubrir el color de las bragas de las chicas -pocas- que, pobrecitas, todavía llevaban ... falda, bragas llevábamos todas, creo (la Sharon Stone quedaba a años luz incluso de la imaginación más poderosa y calenturienta, al menos a nuestra edad). Eran los '70, pantalones de campana, y luego los primeros de pinzas.

Ya te digo, la 3a o la 4a... pero empezando por la cola, jaja!

Y yo, lamentablemente, a pesar de vivir en una ciudad muy muy de provincias y muy mediocre, o tal vez por eso, nuuunca hice vida de barrio, ni de bar, ni de ná de ná. Una sosa redomada.

Abrazo:)

Carso dijo...

Todo el mundo tiene un mina de recuerdos para explotar, pero no todos la capacidad de convertir el carbon en diamantes.
me siento afortunado de haberte escuchado contar alguna de tus historias de viva voz.
un abrazo, Jose,
oscar

José García Obrero dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Beatriz dijo...

José,
pero entonces, la historia, es verídica? O es una metáfora de las que se confunden con la realidad?
Joer, joer, joer...
;)

José García Obrero dijo...

Bueno Ester, ya sabes como esto de la ¿literatura? Hay una buena base autobiográfica y luego la imaginación inventa para poder darle el toquecito literario: darle un sentido, lanzar un mensaje, crear una metáfora. Porque puedo asegurarte que si escribiese las cosas tal como fueron habría algún listillo/a que diría: "esto no es creíble".

Abrazo.

José García Obrero dijo...

Mon cheri Óscar. Sólo puedo mandarte via megapíxeles unas cuantas docenas de abrazos.
Qué tengo ganas de verte ya!

Beatriz dijo...

Bueno, sí, claro, José, la realidad supera a veces la ficción. Vaya, vaya, si la supera! Porque bueno, la pregunta del millón es: dónde está la realidad?

Lo dejaremos en manos de los filósofos, que por cierto van tan perdidos o más que los humanitos de a pie. Y nostros a lo nuestro, a inventar la realidad cada día para hacerla vivible cuanto menos.

Abrazo;)