miércoles, 30 de septiembre de 2009

Esmeralda

Por José G. Obrero

Ahí estaba Esmeralda cuando todavía su cuerpo no anunciaba forma alguna. Entrando con paso de niña siempre ruborizada y temblorosa. La cabeza gacha y los libros apretados contra el pecho como si temiese que se los arrancasen de las manos. Sentándose a mi lado. Esmeralda de ojos del mismo color y muchas pecas que entonces veíamos como signo de fealdad al igual que el rizo de su pelo demasiado alejado de las Nancys y las Barbies. Mirad, niños, (me gustaría decirles ahora) Esmeralda es real y camina en este momento por alguna ciudad excesivamente trajinada, bregada, una ciudad sucia y amontonada como la ropa de saldo: ramo de lavanda abandonado en la acera. Ahí estaba sentándose en la mesa de al lado, justo después de que el profesor dijese: “Esmeralda está muy triste, ha perdido a su papá, así que espero que la tratéis con todo el cariño que se merece” y algún niño se arranca a cantar: “amigo Félix cuando vayas al cielo…” mientras ahoga sin éxito una risita de rata. La sangre se hiela. Yo, el pequeño bastardo a medio camino entre abusador y abusado, periférico, producto del barrio como todos los que ocupábamos ese aula (mocos en las mangas, pelo cortado como Marco, pantalones con remiendos en las rodillas) quería por todos los medios coger esa canción de un salto, atraparla entre mis manos antes de que llegase a oídos de Esmeralda, y arrojársela con todas mis fuerzas al Caruso de turno para romperle una ceja, la nariz o su cara sucia de bocadillo. Así supe que yo no era un verdadero hijo de puta y que nunca lo sería porque los hijos de puta cantan canciones para causar dolor: himnos, marchas militares, coros por encima de los muertos, y también que habría siempre en mi vida algún hijo de puta convirtiendo los días en algo más inhóspito. Y cuando Esmeralda empezó a llorar descubrí que fácil era tomar a alguien por los hombros y acercártelo al cuerpo. Qué calor tan distinto al de las tardes de verano, a las estufas o a una hoguera de San Juan.

9 comentarios:

Beatriz dijo...

Qué bonito, José. Precioso. Has sabido ser melancólico en el grado justo para evitar la mordacidad por un lado y la lágrima por el otro.

Qué se habrá hecho de Esmeralda? Qué de los juanes y pepes y pedros -y marías y montses y nurias- que nos acompañaron en ese breve tránsito al inicio del viaje, sin conocernos, sin conocerles? Y encima econtraste calor y supiste darlo! Descubriste la piedra filosofal! Bueno, eso es de MH p'arriba. Alguien te la dió, la MH, me refiero? O pasó desapercibida, como todo lo importante? Al menos tú sí te diste cuenta, que es lo principal.

Los hijoputas, vaya vaya, por doquier. Leyéndote me he acordado del hijoputa por excelencia, el de Marsé, creo que es en Últimas tardes con Teresa. Unos años antes de que iniciaras tu viaje, pero también aquí, en BCN, barrio marginal, protagonistas post-adolescentes. Ahhhh, buf, reset, reset. Reinicie el programa. Este programa no responde. Reinicie. Reinicie. Reinicie....

Basazo;-)

José García Obrero dijo...

Buenos días, Ester: has dado en el clavo con todo. Juan Marsé fue un gran descubrimiento para mi en mi años mozos. Algo así como encontrar al alma gemela por el Guinardó y el Carmel, sentir que hablaba de mi o de algo muy parecido a mi. Manolo Pijoaparte, Juan Marés, todos sus protagonistas devolvían una imagen con la que, por fin, me sentía identificado. Un dato: Manolo Pijoaparte de Últimas tardes con Teresa tiene un accidente con su moto en el puente de Santa Coloma (mi ciudad)que frustra su posible ascenso social en Barcelona. . Para colmo, dejé un libro encima de él encima de la mesa, justo donde aparecía su foto y me padre me dijo: "¿ese es Juan Marsé, no?" y yo que no daba crédito le pregunto: "¿de qué lo conoces?" Mi padre lo llevaba en el taxi a menudo (verídico). De hecho este relato (Esmeralda) huele un poquillo a Marsé.
Y lo dejo ya porque parezco un mitómano cercano al grouppismo.
En cuanto a los compañeros de viaje de la infancia prefiero dejarlos en el recuerdo, a ser posible con un precinto, no tengo ningún interés encontrármelos. Ahora está de moda organizar reuniones para celebrar 20 años del fin de EGB y me produce la misma impresión que cuando, hace poco, vi al cantante de Parchís con un brazo amputado (tempus fugit).
Un abrazo.

Beatriz dijo...

Eso, el pijoaparte. Buf, lo leí hace muuucho, antes de venirme a vivir a estos barrios. Quién daría un duro porque yo viniera a dar con mis huesos precisamente aquí? Quién daría un duro por nada?

Los padres, esos pobres ignorantes que no se dieron nunca cuenta de nada, fueran taxistas, taxidermistas o proxenetas. A mí mi madre, que es coetánea suya, me preguntaba que quién era ese señor a quien yo escuchaba cantar, L.E. Aute, y no supe si echarme a reír o a llorar. Fue lo segundo, claro.

Krd, yo ya hace años que celebré el 25 aniversario de 'graduación'- ahora está de moda esta terminología- de la EGB, después de dudar mucho de si iba a asistir o no. Ganó el sí por muy poquito. Y al salir me prometí a mí misma que nunca más. Ahí se queden los recuerdos; y si fuera posible hacerlos irrecuperables, como tú propones, daría un puñao de parné porque así fuera. Pandilla de gilipollas!!!

PS. Alguien de la quinta de la EGB ya la había diñao: sobredosis, prisión, y no sé qué otras aventuras. Mi escuela también era muuuy barrio-bajera.

bueno, y chitón porque el tiempo aquí no acompaña y yo estoy como el día. Nos vemos ;-)

Mercè Mestre dijo...

La crueltat, aquesta bèstia de vuit potes fines i fredes com agulles en zig-zag que es passeja lentament per les zones més fràgils de l'ànima... L'han parit així: malparida. De sobte, a traïció, se't clava de mala manera i la ferida és dolorosa, bruta, de tall irregular, inesperat, innecessari.

José, has descrit la bèstia que més odio amb precisió i delicadesa. Amb una tendresa que t'explica.

Una abraçada!

Unknown dijo...

Jose, querido compi, me quito el sombrero. Precioso.

José García Obrero dijo...

Mercè i Carles, gràcies a tots dos. De debó.
Carles me alegro de que vuelvas a estar por aquí. Esto gana alma.

Una abraçada.

paula dijo...

Menuda joyita tu post....gracias José ,se me han borrado hasta las pecas de la emoción.
Un fuerte abrazo.

José García Obrero dijo...

Paula, compañera de blogs y videos, me alegro de que te haya gustado. Te robo las palabras para decirte: vaya joyitas de comentarios haces.

Un abrazo.

Unknown dijo...

Te ha quedado magnífico. Nada más sugerente que ese calor último con el que acaba la escena. Yo he tenido una escuela de pueblo, cruel donde las haya, pero más controlada. En fin, a lo mejor el cantor espantaba así sus propios miedos. En todo caso, tu relato, un tesoro.