Por José G. Obrero
Y qué si sentí que iba a encontrármela, ¿no se trata acaso de un pensamiento mágico, infantil? ¿Cuántas veces a lo largo de estos meses había tenido esta sensación en vano? El hecho es que al pasar por delante de El Mundano creí verla en todas las mesas. Sin embargo, esto no amortiguó el golpe cuando, al sentarme en la barra de La Gula (¿o se llama "El Gula"?) y girarme hacia el fondo del bar, me dí de bruces con su mirada sorprendida. Nos dirigimos el uno hacia el otro como dos autómatas, programados para recorrer el breve trayecto que nos separaba. Sólo cuando grité conseguí que reaccionase. Tiró al suelo su navaja entre temblores. Yo me derrumbé sin soltar la mía.
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Hace 3 días
6 comentarios:
cuando me esperaba un beso me topo con un navajazo, detenido a tiempo, eso sí.
aunque a veces también los besos son afilados y tienen cúrare en las aristas.
En este encuentro no hay besos, hay un navajazo trapero y cutre de esos que al protagonista problamente le hagan pensar que es idiota y que tiene que tener más vista y ser más selectivo porque se lo puede permitir (un narrador conoce a sus personajes al dedillo).
Pero aquí nadie se muere de perfil...aunque esto da para un zapateao de amor brujo, o mejor de odio brujo (ya parece que oigo la música, maestro)
Muy buena banderilla, José!
Gracias Mercé. Te prometo, palabra de honor, que me ha gustado más tu comentario que mi relato. Si es que...Después de la antología de textos tenemos que hacer una de comentarios. De verdad.
Un petonàs!
¿Serán verdes los ojos de la navajera? Haciendo honor a la canción de Rafel de León:
"Ojos verdes, verdes
con brillo de faca
que se han clavaito en mi corazón",
qué amor de navajas bien clavadas. Un aplauso, José.
Como la princesa de Sabina, color verde marihuana. Gracias Carles, la próxima vez intentaré narrar como me metí en la cama con Beyoncé y me susurró al oído vergonzonerías (todo en ello en un jacuzzi del Hilton agitando un dry martini).
Un abrazo fuerte.
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