jueves, 1 de julio de 2010

Armageddon


Por Raquel Casas

No podía creer lo que veía y lo mal que actuaban. Me entró repelús.

El cartel tenía buena pinta, los actores gozaban de buena reputación pero la película era horrible. Armageddon, eso deseaba a los 10 minutos de empezar, que se terminara el mundo y así dejar de sufrir. Qué tortura.
La historia es estúpida, el final previsible, los detalles, uno detrás de otro, pastelosos.
Desde entonces no puedo ver a Ben Affleck, me cae mal. A ella, a Liv Tyler, la perdoné poco después porque era una joven inexperta, seguro que le pusieron algo en la bebida para convencerla de que debía sobreactuar y llorar sin parar. Pero es que Bruce Willis no tiene perdón. Ya no era santo de mi devoción, pero es que desde entonces no lo trago. Se mantiene con la misma cara y la misma pose durante toda la película, frío como un témpano, tieso como un palo. Es que casi ni abre la boca para las escasas frases que tiene. No se inmuta ni se le mueve un músculo ante la que se le viene encima. Qué estafa.
Hace muchos años que la vi y aún me dan escalofríos cada vez que pienso en ella. Y de vez en cuando temo que me vengan pesadillas con sus personajes.
Aunque con el tiempo, con los años, también he aprendido a perdonar y finalmente me he apiadado de Bruce; lo reconozco, le he perdonado tras ver Doce Monos y sobre todo sonrío cuando recuerdo la escena de la bronca del cangurito en Pulp Fiction.

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