miércoles, 29 de septiembre de 2010

Relato encadenado III de VII

Por José G. Obrero


3.A Eso no evita que durante unos segundos ambos se queden congelados, esperando el uno del otro una reacción. Finalmente se decide a zafarse del torpe y aromático sobón con más nerviosismo que brusquedad, y con un gesto tímido abre la puerta. La breve apertura sólo deja entrever el rostro surcado y enjuto de un anciano. ¿Quién es? ¿Qué quiere? Porque no dice nada a pesar de que su mano tiembla y sus ojos se ensanchan sobre el rostro como si quiera gritar o cantar. La respuesta no se demora, la puerta cede y el débil cuerpo del visitante se precipita hacia delante, arrastrándola en su caída, otra vez sobre los restos de colillas y el maldito cenicero (cuántas veces se prometió dejar de fumar y ahí sigue atestado de ceniza).

3.B No piensa lo mismo el encebollado amante cuyo oído se encuentra obturado por la premura y la excitación. A pesar de que los nudillos arrecian contra la destartalada puerta que pierde a cachos parte de sus astillas. ¿La está embistiendo? Sí, con toda la torpeza de su carne perlada ya en sudor. Quién le iba a decir a ella a su corta edad, que su primera experiencia estaría dominada por la curiosidad y el temor del desconocido que, insistía en aporrear la casa de su madre. ¿Sería ese hombre valiente, con mala suerte, que dicen es su padre? ¿Habría salido en libertad?

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