jueves, 30 de septiembre de 2010

Relato encadenado IV de VII

Por Raquel Casas


4.a
El anciano y ella descansan en el suelo en una postura casi imposible. Pesa. Y él aún en el sofá, atónito, ni se inmuta para ayudarla. Como siempre, tendrá que hacerlo ella sola. Recuerda la escena de Kill Bill en la que Uma, enterrada viva, golpea la tapa del ataúd hasta romperlo. Y empieza a hacer lo mismo pues el olor a puro, coñac y Baron Dandy la están mareando y teme desmayarse. Justo en el momento en que él se da cuenta de la situación, reacciona y se levanta del sofá para ayudarla, el cuerpo del viejo se desplaza hacia un lado y la deja libre, pero con restos de peste en su ropa y en el pelo. Él le ofrece una mano pero ella la rechaza y se levanta de un salto mientras mira extrañada aquel cuerpo sobre la moqueta.

4.b
No, no podía haber salido en libertad tan pronto, sólo habían pasado 5 años; la condena era más larga, seguro. Pero tenía tanta curiosidad, tenía tantas ganas de ver el rostro de aquel que decían que era su padre, que no podía imaginar otra cosa. Aunque, quizá, simplemente era la vecina pesada. Y además, esos golpes, esos nudillos, esa insistencia la estaban distrayendo y nunca podría explicar con detalle cómo fue su primera relación sexual. ¿Qué iba a recordar? Que fue en un sofá cutre; que no lo esperaba; que llamaban a la puerta con insistencia; ¿que no se levantó a abrirla porque temía esos nudillos?


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