Por Raquel Casas
Subió al autobús un niño con cara de repelente y se sentó delante de mí. Con gafas de culo de botella y mirada desafiante se dedicó a escrutarme. Primero esquivé sus ojos pero los sentía igualmente. El niño no dejaba de mirarme; tenía los ojos clavados en mí. Quizá no veía bien por la alta graduación, quizá quería ponerme nerviosa. Entonces empezó una tensa lucha de miradas. Como me entró la risa dejé que ganara él y desvié los ojos hacia la ventana. Unos minutos más tarde el niño bajó delante de una escuela. Por la tarde volví a coger el bus. Increíble pero cierto, el niño repelente de la mañana volvía a estar sentado delante de mí, qué mala suerte… Ahora iba bebiendo un zumo de un pequeño tetrabrik y de nuevo tenía la expresión seria y la mirada impasible clavada en mí. Me propuse aguantarle la mirada y no reír para ganar esta vez. Pensé en cosas tristes (la crisis, el paro, las rebajas del Corte Inglés…) y conseguí vencerle. O algo así. Porque tras muchos minutos mirándonos sin parpadear, el mocoso cogió su mochila y bajó. Ahora sí sonreí de satisfacción por el triunfo, a pesar del escozor de ojos, pero se me pasó rápido, en cuanto miré por la ventana y descubrí que no tenía ni idea de en qué lugar estaba.
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2 comentarios:
jajajajaaaa!!!! M'encanta!!!
És que no era un mocós; era un marcià. Repel·lent, però marcià. I tu vas ser teletransportada.
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