martes, 25 de enero de 2011

Las estrellas fugaces en la cola del paro

(adelanto de la semana temática dedicada al paro. Por Carso)

En la cola de las oficinas de empleo se aprenden muchas cosas. El otro día, sin ir más lejos, aprendí el sentido que tiene las estrellas fugaces en Mongolia. Me lo contó un tipo que había tomado por chino. No se ofendió, estaba acostumbrado, pero según él había muchas diferencias. China era enemiga declarada de Mongolia. Al parecer el gigante amarillo había arrebatado miles de kilómetros cuadrados de sus estepas. Tierras ricas, me dice. A mí me resulta difícil imaginar que en la tundra haya riqueza. Minas, añade, y yo asiento. Después me explica por qué está allí. Es refugiado político. Fue testigo de un asesinato cometido por un policía de su país y tuvo la triste idea de denunciarlo. Hasta entonces se ganaba bien la vida como camionero, pero de la noche a la mañana le quemaron el camión y violaron a su mujer. Le llamaron a declarar pero el juez parecía más preocupado en revisar su expediente de multas que en el caso de asesinato o en la violación de su mujer y el camión calcinado. A la salida del juzgado un oficial le dijo que tenía los días contados y le recomendó que fuera a pedir asilo a la primera embajada. Y aquí estaba, todavía con el miedo enganchado a la piel, esperando en la cola de las oficinas de empleo, en una región perdida de Francia.
El desánimo, cierta resignación y una esperanza pueril -la misma que empuja a comprar la lotería de Navidad- flotaba en la sala como el olor de un ambientador dulce y rancio. Fue en esa atmósfera que alguien hizo el comentario sobre los efectos mágicos de las estrellas fugaces. Si pudiera pedir un deseo, dijo un albañil cabreado por la injerencia de los funcionarios que no nos atendían, pediría que todos los burócratas del otro lado del mostrador se quedaran en paro. Turkal, el hombre mongol, explicó que en su país la visión de una estrella fugaz era sinónimo de muerte, alguien había apurado su vida.
Seguimos un rato callados. El atisbo de conversación se había agotado y cada uno volvió a sus propios pensamientos. Yo recordé las noches de San Lorenzo estirado en el prado de mis abuelos, escrutando el cielo transparente de Soria, compitiendo con mis amigos a ver quien veía más estrellas fugaces. Después me llamaron. Cuando salí Turkal ya se había ido.

2 comentarios:

Mercè Mestre dijo...

Que li preguntin a Sant Llorenç, patró dels bibliotecaris, quants meteorits per segon han de caure en el nostre planeta perquè s'esdevingui una nova extinció de dinosaures. Amb la pràctica que té amb les graelles, segur que dominarà la pluja de boles de foc.

Per cert, on fan cursos de xinès facilet?

Carso dijo...

xinès i facilet em sembla que són dues paraules que formen un oxímoron.
però no està mal pensat per si ens quedem tots plegats a l'atur. avui dia has de saber xinès per obrir un super, o un bar, o fins i tot per anar a fer la compra.
petons, mercè!