domingo, 4 de marzo de 2007

LA MÚSICA DE LAS PALABRAS

Por Rufino Pérez

Si tuviera que quedarme con un solo rasgo para definir la poesía, me quedaría con el de música. La musicalidad que tiene la poesía y que le acerca al origen del lenguaje. Porque las primeras palabras que escucha el niño no son palabras inteligibles para él. El niño no entiende las palabras, pero escucha su música. Esa música que la más sublime de las intérpretes, la madre, le dedica cada día, cada segundo.

Y el niño no quiere entender las palabras, el niño sólo quiere escuchar su música, que le hace feliz, le hace sentirse seguro, le reafirma en su existencia; y sobre todo, una música que le acerca a un rostro, a unos ojos expresivos, los de la madre, en los que el niño se refleja como en el espejo de la vida. Después, cuando comprendemos lo que hay junto a esa música, cuando empezamos a comprender las palabras, el mundo se manifiesta de otra manera: avanzamos en conocimiento, pero perdemos sensibilidad. Y las palabras dejan de ser música para convertirse en símbolos socialmente constituidos y aceptados. Y ya no podemos desasirnos de ese instrumento, a la vez tan necesario, tan conmovedor y tirano como es el lenguaje. Hemos perdido la música.

Quien haya leído Los santos inocentes, o haya visto la película de Mario Camus –para lo que voy a decir, podrían servir las dos cosas- recordará una frase: milana bonita. Unas notas musicales capaces de atraer a una animal, que no entiende el lenguaje, el significado, pero que goza de la música y de la poesía.

Me gustan los animales. Y si hoy día no tengo ninguno en casa, es tal vez porque antepongo una cierta “paternidad responsable” a la hora de decidirme a tenerlos. Porque, de tenerlos, debería disponer del tiempo y de los medios para atenderlos; no los quiero tener sólo como un juguete.

Pero, los he tenido. Y en concreto, tuve uno, Chipi, que era una cardelina macho, con vistoso plumaje. Mi padre la había rescatado de la red de un compañero de trabajo, cazador de animales para la venta. Bien, el caso es que el animal se fue acostumbrando de tal manera a nosotros y nosotros a él, que formó parte de la familia mientras vivió y tuvo un digno entierro cuando murió.

Pero el hecho curioso es que este pájaro fue para nosotros un verdadero mensajero del amor. Cada tarde pintaba un cuadro del más puro amor delante de toda la familia. Mi madre se acercaba a él, le susurraba palabras cuya música sólo él entendía y con música respondía: un largo y sonoro canto nupcial que llegaba a ser tan extenuante que a veces, caía del palo donde se sujetaba agotado por el esfuerzo. Casi a punto de morir de amor. La música de las palabras. El poeta-niño-pájaro que no entendía de significados pero que guardaba en su canto una música maravillosa. Mi madre y el pájaro, cara a cara, música y contramúsica, palabras y trino, la esencia de una comunicación perdida. Es una imagen que nos embelesaba a quienes tuvimos la dicha de gozarla. Yo no sé qué clase de relación se llegó a establecer entre ambos, mi madre y el pájaro, pero era especial. El pájaro salía de su jaula y se posaba en la nuca de mi madre, haciendo una especie de cama-nido en los pliegues del cuello de la bata, y de allí, iba y venía, a su hombro, a la ventana en un corto vuelo, a mi mano… Pero siempre su referencia era mi madre.

El amor de la madre transmitido con la música de las palabras. El habla del amor y del juego. Los niños son amor y lo que quieren es que su madre les repita las mismas palabras, la misma música. Ese lenguaje con el que las madres arrullan. ¡Qué bonito! Vacío de significado, pero tan lleno…

Hemos de conseguir hacer vivir el lenguaje, recuperando sus palabras para la música, haciendo que recuerden ese canto que en su día fueron. No tenemos que dejar perder la poesía.

4 comentarios:

Carla dijo...

Tu texto me ha recordado un dato que el profesor de antropología nos comentó cuando hacía primero de carrera: ¿Sabías que sólo el 20% de la comunicación es estrictamente las palabras? El resto se lo reparten el tono, la musicalidad, la mirada, la expresión, etc. ... Con lo cual, tenemos más información en lo que creemos no decir que en lo que decimos... Eso es la base de la conexión o repulsión que sentimos los unos con los otros... ¡Un texto preciosísimo!

Gogus dijo...

Davant de grans paraules, millor respondre amb unes d'altres també grandioses. Amb por de fer-me una mica pesat, usaré altre cop versos de Wordsworth:

“[…] Feliz la criatura,
Nutrido en los brazos de la Madre, que se duerme
Acunado en su seno; que con el alma bebe
Del candor de los ojos maternales.
Para él, en una única Presencia amada,
Existe un poder que irradia y exalta las cosas
A través de toda interrelación de los sentidos.
No es un desterrado él, ser triste y confuso;
Por sus venas infantiles se ínter-funde
La gravitación y el vínculo filial
De la naturaleza, que le conectan al mundo.”

M'ha agradat molt el teu text, t'ho dic amb total i honesta sinceritat. Me'l llegiré més d'un cop. Gràcies.

Anónimo dijo...

¡Enhorabuena! por tu competente madre nido, acunadora de pájaros de música, que, con sus arrullos, se convierten en mensajeros de amor.
Has aprendido bien la lección, animalito….y con tus plumas, la esparces sobre el papel,
con exquisita sensibilidad.
Gracias por compartir palabras mascota….deliciosa compañía.

R.P.M. dijo...

Desde luego que con estos comentarios, uno se crece y siente, de verdad, la sana alegría de haber sabido comunicar algo. Gracias.