miércoles, 16 de enero de 2008

BAR ELEMENTAL


Por José G. Obrero

Me he sentado en un mesa que no me gusta demasiado. Hubiese preferido la que da a la ventana porque es el único lugar desde donde se ve la calle y el trasiego matinal del centro. Pero esa mesa es como el periódico, siempre la tiene alguien, da igual la hora que sea. Desde esa mesa se ve pasar a los grupos de abogados jóvenes con su toque de gomina, a los comerciales que se esfuerzan sin éxito en hacerse bien el nudo de la corbata, a las señoras que parecen uniformadas: mechas rubias, abrigo de piel o imitación, botas con tacón y pendientes de perlas, y alguna que otra chica con tiempo libre que va a comprarse ropa. Eso es lo que se ve desde la ventana, y si alguien se asoma a los bares de alrededor, esa es la gente que a estas horas puede encontrarse pidiendo café y tostadas. Este es el centro, y aquí hay concentración de tiendas elegantes y edificios de administraciones públicas con sus correspondientes funcionarios siempre puntuales a la hora de tomar café. No quiero olvidarme de los abuelos de abrigo largo, zapatos italianos y gorra de paño, eso sería muy desconsiderado, el paisaje estaría incompleto. Pero desde esta mesa no veo nada de eso, y no es que las vistas me desagraden. Estoy sentado al fondo, en una especie de sofá lleno de lamparones, y desde aquí veo la barra, las dos mesas que hay en fila en dirección a la puerta y por último, la mesa de la ventana y un trocito de la misma. En definitiva, que ya que no puedo ver la calle, al menos veo todo el bar y a todos los clientes que entran y salen. Es mucho mejor que estar sentado en una de esas mesas centrales que sólo me dejarían ver la mitad del local. Y no se crean que es fácil, la concentración de humo de cigarrillo supera al olor del café y al volumen del equipo de música. Siempre hay humo suspendido sobre nuestras cabezas, tomando formas increíbles, vigilando cada una de nuestras conversaciones. Por ejemplo, las dos chicas de al lado son administrativas del departamento de Hacienda y están hartas de los técnicos, y una le acaba de confesar a la otra que tiene un retraso de más de un mes, y no parece decirlo muy contenta, ¿se lo vas a decir a Pedro? Le interroga la otra, y Pedro y ella ahora mismo se están dando un tiempo y no quiere que esto le condicione a volver con él. Pues chica, aborta si no estás segura. Cómo si eso fuera tan fácil, no sé, le dice la supuesta embarazada, no sé qué hacer, un niño se puede criar sin padre, mira si no a Ivonne Reyes o a Pilar Miró. Ya, le contesta la otra, pero siempre es mejor que un niño se críe con un padre y una madre, y además si dejas a Pedro te va a costar más rehacer tu vida. ¿Y si se me pasa el arroz? Y siguen hablando pero yo voy persiguiendo el humo de mi cigarrillo y me lleva a las tetas de la camarera en las que no había reparado cuando me sirvió el café con leche. No está mal, y eso que la vestimenta no se lo pone fácil. No lleva maquillaje y va vestida de negro de arriba abajo con un camiseta ancha que le cubre el culo y cae por encima de unos pantalones ceñidos y para rematarlo, como indicio de la vida que le espera fuera de este bar, calza unas botas militares llenas de hebillas de metal. Está llevándole un café y una copa de coñac a la pareja de la primera mesa. Cumpliéndose los tópicos, el café es para la mujer y el coñac es para el hombre. El hombre, aparte de tener el pelo sucio, no se ha quitado las gafas de sol, aún estando casi en penumbra y ser invierno, la mujer, una rubia muy aseada, está escribiendo en un folio y pulsa y detiene una grabadora. No puedo escuchar bien lo que dicen, sólo me llega una frase de él porque la ha gritado: nadie antes que yo había escrito una historia sobre este barrio, nadie, ni ese tío ni ninguno. Pero a la mujer no se le escucha, habla bajito y detiene la grabadora. La camarera vuelve a estar detrás de la barra, y una señora mayor le pide un zumo de naranja y un hombre nervioso, va moviéndose de un lado a otro de la barra con un billete en la mano. La señora le dice a la camarera que atienda primero al hombre que ella no tiene prisa. Gracias señora, ¿me puede dar cambio para tabaco? Es que tengo el coche en doble fila. La señora sonríe tranquila, tiene el pelo blanco brillante de laca y un abrigo que en su día tuvo que ser caro, antes de que estuviese tan desgastado, al igual que las medias que anuncian una carrera a la altura del talón y sus zapatos negros que antes eran marrones y que alguien, quizás la misma señora, no ha sabido teñir. Pero tiene una elegancia inusual, en cada uno de sus gestos, en su manera de sonreír, una elegancia que devuelve el brillo a su ropa maltrecha. Ahora me está sonriendo así que aparto la vista y la pongo en la tercera mesa, la de la ventana. En ella hay dos jóvenes con carpetas de plástico azules en la mano, van bien vestidos dentro de un estilo informal, se nota que lo han hecho para una ocasión puntual. Uno de ellos lleva el pelo largo perfectamente recogido en una coleta, el otro es calvo y por eso se afeita la cabeza. Se les ve desanimados lo dice la expresión de sus caras, la desgana con la que cogen la cucharilla del café, la tristeza con que lo mueven. Imagino que vendrán de hacer su enésima entrevista de trabajo o llevarán días repartiendo su currículum por las oficinas, cada vez con menos energía, alguien incluso le habrá preguntado por su titulación y les habrá desalentado. Sé qué son suposiciones mías, pero conozco ese gesto, esas carpetas azules y esas caras de hastío. Ahora suena una canción de John Lee Hooker, la camarera sube un poco más el volumen y da unos pasos de baile detrás de la barra, justo debajo de un reloj cuyo mecanismo funciona al revés. Está señalando la una menos diez, esto quiere decir que son las once y diez, hora de volver a mi barrio, a mi trabajo en un negocio que está a unos diez minutos de aquí, fuera ya del centro. He venido a despedirme porque dentro de unos pocos días El Elemental cerrará. Lo llevan anunciando meses. Alguien a me comentó que lo han vendido a una franquicia de cafés norteamericanos que tanto enorgullecen a las ciudades de provincia. Tienen sofás y conexión wi-fi y si te gusta la música que escuchas un camarero uniformado te señalará un stand donde están organizados sus discos a la venta. No se puede fumar, por supuesto, y la bebida te la sirven en vasos de plástico con una cañita en lugar de con cuchara. La clientela del Elemental se habituará a ir a otros sitios, con resignación como quien es hospedados en casa de un familiar lejano y el centro ganará una imagen más homogénea de barrio próspero, moderno y elegante. La ciudad añadirá una muesca más a mi repertorio de frases sobre sitios que ahora son otra cosa: un bar que ahora es una lavandería, una taberna convertida en tienda de todo a cien. La ciudad con cada derribo va así perteneciéndome cada vez más.

9 comentarios:

Gogus dijo...

Mira que bé, aquesta setmana tu i jo anem de bars. A veure si un dia ens trobem en un de veritat i prenem alguna cosa. A poder ser, clar, un bar que no vagin a tancar ni tampoc un on el cambrer ens analitzi amb ull despietat des de la barra. M'ha agradat molt, és un plaer.

Anónimo dijo...

Marc, això seria genial. Qui sap, potser a Barcelona, o a Còrdova, encara que jo preferiria que fos a dos bars que mai oblidaré i que serien perfectes per xerrar de relats amb una birra: el Nostàlgic i el Mar i Cel, tots dos de Vilanova.

Una abraçada.

José

Gogus dijo...

I és clar que sí! Per cert, i això de Còrdova?, ho dius perquè has escollit una ciutat a l'atzar per amanir la frase o perquè hi vius?

Apa, fins ara,

Marc.

Unknown dijo...

Espero que no os importe si me sumo a esa birra, aunque sea para añadir el toque de "permanente cabreo" que se me atribuye, jeje. Cualquiera de los bares citados me parecerá bien, en Córdoba o en Vilanova o en Barcelona.

Que bella elegía, José, y qué terrible invasión la que ejemplifica tu texto.

Anónimo dijo...

Pues nada, nada, eso hay que hacerlo. Vivo en Córdoba, así que si alguna vez os pasais por aquí os hago de cicerone.

Abrazos.

José.

Anónimo dijo...

...o en Castellón,tuerto de aeropuerto,pero con ojo pa loterias.Apuntarme a la lista porfa.
Fantástico Sherlock José,sigues las huellas como nadie.Caso cerrado y listo,para archivar en espaciosas memorias...el asesino,el conocido anónimo de siempre.

Carla dijo...

Genial!
Gràcies per fer-me sentir l'alè humà d'aquest bar que només llegint-te ja em sap greu que tanquin.
Tens un to realista que m'encanta. No pretens res, no vas a alliçonar a ningú, però dius tant! Obres tant cap a un món tan llunyà com proper, que és impossible no llegir-te àvidament.
Una forta abraçada!

R.P.M. dijo...

Me han gustado siempre los bares de birra y lectura. También me gustan los de té y charla informal. El tapeo en jueves noche que termina en Oxo -sólo de vez en cuando y porque la gente joven con la que voy es de primera-. No fumo, pero soporto el humo, aunque cada vez menos. La evolución y el cambio de una ciudad es natural y lo observo como fenómeno sin tomar excesivo arraigo con los lugares. Noto mucho más el destrozo que sufren las estribaciones cercanas a Benicassim. Ya no puedo "correr" por las faldas de la montaña. Todo es ahora asfalto. Que no me quiten mi Bartolo. Ahí sí que me dolería. Felicidades por el artículo. Yo voto por Córdoba.

R.P.M. dijo...

Me han gustado siempre los bares de birra y lectura. También me gustan los de té y charla informal. El tapeo en jueves noche que termina en Oxo -sólo de vez en cuando y porque la gente joven con la que voy es de primera-. No fumo, pero soporto el humo, aunque cada vez menos. La evolución y el cambio de una ciudad es natural y lo observo como fenómeno sin tomar excesivo arraigo con los lugares. Noto mucho más el destrozo que sufren las estribaciones cercanas a Benicassim. Ya no puedo "correr" por las faldas de la montaña. Todo es ahora asfalto. Que no me quiten mi Bartolo. Ahí sí que me dolería. Felicidades por el artículo. Yo voto por Córdoba.