martes, 26 de febrero de 2008

NO ES PAÍS PARA VIEJOS


Por Carlos Rull

Una obviedad: la literatura es una fuente de inspiración fundamental para el cine contemporáneo. Un enlace interesante: el Babelia del pasado fin de semana incluía un interesante artículo sobre la eficaz, efectiva y efectista relación entre papel e imagen. Otro enlace interesante: esta sección de Verba incluye una larga, insuficiente e incompleta relación de adaptaciones famosas. Una noticia: Bardem ganó ayer el oscar por su escalofriante composición del presunto psicópata Antón Chigurh.

Traigo todo esto a colación porque el viernes tuve por fin un par de horas para asistir a lo que parece la segunda mejor película de mis apreciadísimos hermanos Coen. No es país para viejos (o “Los viejos no bailan country”, en castiza traducción al Gomespuminglish de un buen amiguete) me acongojó, me escalofrió, me dejó anonadado y atónito, luego embelesado y finalmente debo admitir que deslumbrado. Es una película de una enormidad sencilla en su realización y composición, y de unas connotaciones temáticas de tipo ético, moral e incluso filosófico que resultan una destructiva carga de profundidad a la conciencia del común de los espectadores.

No hablaré de sus méritos como adaptación de una obra literaria. Y no lo hago por dos motivos. Uno: no he leído la novela de Cormac Macarthy (salvo algunos fragmentos que no me han gustado). Dos: valorar una película en función de su éxito o fracaso como adaptación de una obra literaria es una pedantesca memez.

En cambio, sí hablaré, por encima, de su mérito cinematográfico. Para empezar, no he encontrado aún película de los Coen que no me guste. Incluso en las olvidables Crueldad Intolerable o Ladykillers he podido degustar retazos o chispas de la genialidad de estos tipos. Desde el divertidísimo vapuleo que le dedicaron a la fábula capriana en El gran salto no he podido dejar de ver ninguna de las creaciones de la pareja: la estrambótica pero genial Barton Fink, la desmadrada El gran Lebowsky – icono indispensable de la comedia moderna -, la subversiva e incomprendida Oh, brother y, sobre todo, sus grandes obras maestras, la reinvención del cine de gangsters en Muerte entre las flores, el camusiano nihilismo de El hombre que nunca estuvo allí y, por supuesto, la ácida y cáustica desesperanza de Fargo. No me atrevo a decir que No es país para viejos sea la culminación de tan brillante carrera – ojalá no – pero sí que es un paso importante en ella y que no desmerece tan brillante pasado.

Recogiendo lo mejor del cine de frontera, del western crepúscular, de la violencia a lo Peckinpah, de la novela y el cine negros, aderezado con un mucho de fatalismo posmoderno, los Coen han construido una acongojante metáfora del derrumbe del mundo civilizado ante la impotencia de los agentes que lo sostenían en el pasado y la indiferencia de los superviviente de la hecatombe, demasiado ocupados en matarse por dinero como para pensar en otra cosa. En toda crítica de cine, debería empezar ahora la ristra de adjetivos laudatorios y de epítetos lisonjeros: dirección impecable, actuación sobrecogedora, bellísima fotografía, etc, etc, etc. Para evitar repetir lo que ya han dicho muchos, os dejo estos enlaces a La Butaca y a Filmaffinity, dos páginas indispensables que superan de largo mi criterio. Añadiré, en cambio, un par de rápidas observaciones.

En primer lugar, suele señalarse como defecto la frialdad o aridez de la película, la sensación de que uno no se puede acercar ni puede identificarse ni con paisajes ni con personajes, ni con motivos ni con ideas. A mí me parece un mérito, porque trasladan el desierto con que se abre la película - ¡y qué fotografía, por cierto! – a la relación entre imagen y espectador. Nos enfrentamos al desierto, al frío glacial de la nada que ya nos habían presentado en otras de sus películas y allí no podemos buscar identificación ni calor. De ahí el brusco final que algunos consideran un fallo de guión. No creo que haya manera más poética de acabar una historia en esta épica del acabamiento.

Por otro lado, no sé quienes eran sus competidores porque no sigo el asunto de las estatuillas, así que no sé con certeza si Bardem se merecía el premio, pero sí sé que su actuación es de las que no se olvidan, porque logra humanizar al monstruo, crear un contorno y un perfil específicos y concretos de su metódico psicópata particular y su singular código de honor, y eso lo hace muchísimo más terrorífico, muchísimo más cercano. No le andan a la zaga Josh Brolin, que recrea con intensidad la tierna dureza de ese esteinbeckiano Lewellyn Moss, abocado a la destrucción por su particular perla. E inolvidable es también el trabajo de Tommy Lee Jones en su elaborada construcción de ese personaje crepuscular y avejentado que carga a sus espaldas la decadencia y consumación de toda una sociedad moribunda y marchita, de un orden y una justicia desbordadas y caducas, incapaces ya de encender un fuego que alumbre la noche fría y helada en la que nos vamos hundiendo.
En resumen, que efectivamente no es país para viejos (o en la traducción original de la novela: "No es lugar para los débiles"), y, sobre todo, que vayáis a verla.

2 comentarios:

Raquel Casas dijo...

Ei, te m'has avançat, jo també volia parlar de la peli, boníssima. Estic d'acord amb les teves reflexions. Els Coen són genials; encara recordo la primera vegada que vaig veure al cine El gran Lebowsky, quins tips de riure! I després, amb els amics, vam passar anys bevent rusos blancos/ caucasianos. Els demanàvem per tots els bars i els indicàvem com fer-los, després de passar i aturar dotzenes de vegades la cinta per observar-ne els detalls de la beguda.
El Bardem està esplèndid, com sempre. Fred, calculador i fins i tot sarcàstic quan dispara aquell ocell aturat a la barana d'un pont.
"Què és el màxim que heu perdut a cara o creu?"

Unknown dijo...

Ah, así que es a vosotros a quien debo agradecer que en el Llaveros hubieran aprendido a hacer rusos blancos. Vaaale, ya me extrañaba a mí. El gran Lebowski fue también culpable de que a muchos nos diera por jugar febril y compulsivamente a los bolos cada fin de semana. Pero claro, sin el John Turturro enfundado en mallas violetas no era lo mismos. En fin, ¡que los dioses tengan a EL Nota en la gloria de los iconos del cine!