"La suerte del héroe radica en que, durante esa hora de
inevitable derrumbamiento que transforma
al héroe en víctima, el verdugo esté lejos y no oiga."
Juan García Hortelano, Gramática Parda
Hoy sale especialmente cansado del gimnasio. El ejercicio intenso no ha aliviado la extraña desazón que desde la desaparición de las aves le oprime la garganta y le llena la boca de hormigas. No le apetece la celebración nocturna del solsticio de verano: sabe que las ofrendas a los dioses dejaron de ser respondidas hace tiempo y que el sudor ya no trae frutos. Tampoco le apetece pasar la noche viendo viejas películas de héroes forzudos y monstruos mitológicos en su mísero apartamento de Eolia. Últimamente su mente sólo piensa en regresar como petinenete al lago Estínfalo para pedir perdón.
Se deja llevar por su instinto de héroe en paro y pasea durante largo tiempo hasta llegar a la plaza del ayuntamiento, al centro nervioso de la ciudad sin aves. Insólitamente exhausto, Heracles apoya la abultada mochila del gimnasio en un banco y se deja caer sobre él. La madera cruje. Alarga la mano y estira la cremallera de un bolsillo que llevaba años sin ser abierto. Saca de su interior una petaca de ginebra y un paquete de tabaco. No los había tocado desde hacia años pero ahora....
Justo después del primer trago de ginebra y antes del primer cigarro, Heracles ve detenerse un enorme camión al norte de la plaza. El conductor le suena del barrio, pero lo que llama su atención es la chica que desciende con dificultad de la cabina. Reconoce a la princesa Helena, la más bella entre las bellas, y no puede evitar preguntarse qué hace en la ciudad. Deposita el tabaco y la petaca en el bolsillo y corre la cremallera con decisión, casi con furia. Repentinamente renovado, se levanta y se dispone a seguirla mientras la ve despedirse con la mano del camionero, que no se decide a irse.
© de la imagen "Man drinking": http://www.sullivangoss.com/lyla_harcoff/
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