Por Raquel Casas
En Palmira perdí la sortija. Pero encontré aparcado el coche rojo de motor coreano. Cerca de él, algunos hombres estaban sentados dejando pasar el tiempo y el calor del desierto. De vez en cuando fumaban, charlaban, contaban los días sin lluvia, investigaban el misterio de las mareas y entretenían con todo ello a los niños. Sura, sura!, repetían ellos continuamente a nuestro paso con una gran sonrisa. Los niños de Palmira tienen grandes ojos y sonrisas, pero pocos juguetes, llenos de arena, por eso barren las calles y piden fotografías a los turistas para ver cómo van peinados. Los niños de Palmira conducen camellos como si fueran pequeños ponys. Los niños venden postales, pañuelos y sortijas de plata, tal vez alguna perdida.
Por la noche, el viento sopla más fuerte en Palmira, te golpea la cara y las piernas con la arena que también te despeina. Sura.
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2 comentarios:
M'agrada molt. Està molt ben escrit. Gairebé sembla que siguis allà. Es percep el pas lent del temps i la remor suau del vent abillant el silenci. És una fotografia lingüística que diu més del que diu.
Tens raó, les fotografies de viatges parlen.
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