Por José G. Obrero
Los cubitos de hielo se consumen lentamente. Apenas son dos destellos en el fondo del vaso. Es hora de pedir otro cubata y dejarse atrapar por John Coltrane. Son las cuatro de la mañana y ya debe de quedar poco tiempo para que dos o tres fogonazos den el aviso de cierre. Nadie diría ahora que esto se pueda acabar. El bar está atestado de gente y de humo que se pasea entre las lámparas anaranjadas de la barra. Al fondo, el pequeño escenario y los instrumentos que reposan hasta la jam session de los martes. La gente dice que si pides permiso el dueño te deja tocar con una sonrisa de escepticismo, pero yo no he visto nunca que esto suceda. Por encima de ellos, presidiendo el local, unas luces de neón dibujan la figura de un saxofonista solitario y las palabras Jazz Café. En el extremo contrario, una gran ventana circular que tiene dibujada el logo del local (el saxofonista) deja ver una calle vacía de Córdoba. Es uno de los mejores bares que he conocido. Llegué a soñar que estaba en el paraíso y al cruzar un jardín me esperaba el Jazz Café. En serio. Desde entonces he sabido que si alguna vez me voy de esta ciudad lo echaré de menos, igual que eché de menos el mar cuando me fui de Barcelona (el paraíso de mi sueño también tenía mar). Llegan los fogonazos, el bar se queda vacío, los vasos se amontonan en la barra, la música se apaga, y sólo la gran ventana con su calle solitaria y el saxofonista de neón solitario permanecen como estaban. Tu también asumes tu soledad calle arriba y recuerdas que Tracey Emin utilizó el neón para gritar su cruda soledad en sus exposiciones. Tracey Emin y su famosa cama expuesta en los museos. Una cama manchada y revuelta llena de bragas sucias y restos de botellas, ceniceros atestados de colillas, y por encima unas letras de neón que dicen en inglés “mi coño húmedo tiene miedo”. Como si tras la locura de noches de fiesta y sexo y humo y drogas, llegará el fogonazo y sólo quedara ese maldito neón de colores, tan triste siempre, en los cafés de Manhattan o en las pizzerías de Santa Coloma.
El Centro de Arte Contemporáneo de Málaga acoge una exposición sobre esta artista. Cuando llegas a esa cama algo se te remueve por dentro. Tracey Emin exhibe sus vísceras con desgarro. En un pequeño cartel hay un aviso (suele hacerlo en sus exposiciones) de que “puede herir tu sensibilidad”. Es lo que pasa cuando alguien muestra sin tapujos la pasta de la que estamos hechos: carne, soledad, humo y neones que dicen “mi coño húmedo tiene miedo”.
El Centro de Arte Contemporáneo de Málaga acoge una exposición sobre esta artista. Cuando llegas a esa cama algo se te remueve por dentro. Tracey Emin exhibe sus vísceras con desgarro. En un pequeño cartel hay un aviso (suele hacerlo en sus exposiciones) de que “puede herir tu sensibilidad”. Es lo que pasa cuando alguien muestra sin tapujos la pasta de la que estamos hechos: carne, soledad, humo y neones que dicen “mi coño húmedo tiene miedo”.
4 comentarios:
Ostia! Y yo que estoy dejando de fumar (¡6 días!) Vaya oda a la noche ¡cabrón! Humo, jazz, Córdoba...¡Madura coño!
Pero te sigo queriendo.
Gracias tío. Esto es lo que te espera. Una vuelta la fiesta!!
Un abrazo.
Entonces, lo del paraiso no es de coña,sino de coñac ...he visto la luz je,je.
Fuera bromas,buen post José y que este año ,el miedo nos resbale por el susodicho y sean otr@s sensaciones,las okupas de humedades.
un abrazo.paula
Gracias Paula. Que así sea, o sea: amén. Un amén ateo, o sea: amen, sin acento pero con condón (con permiso de Óscar al que le acabo de robar la frase).
Un abrazo. Muchas cosas buenas.
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