martes, 21 de abril de 2009

Rue Lepic

Por Carlos Rull

Cuando dio la última pincelada, un trazo grueso y denso de blanco nácar, quedó finalmente perfilada con todo detalle la silueta central del cuadro. Se alejó un par de metros, se apoyó en el alféizar de la ventana y contempló fijamente el resultado final de muchas horas y muchas tardes de intenso y devoto trabajo. Revisó con atención todos y cada uno de los detalles en busca de pequeñas imperfecciones, de errores de acabado, de contrastes poco logrados, de líneas demasiado difusas, de excesos en los empastes, de faltas de grosor o definición. Tuvo que acercarse una sola vez para un último retoque de cian. Luego siguió repasando minuciosamente los tonos y los colores, las siluetas y las líneas, los timbres y las texturas, las formas y las armonías. Satisfecho, abrió la ventana y se sentó en el alféizar, de espaldas a la calle. Sacó el paquete de tabaco y el mechero del bolsillo de la bata y encendió un cigarrillo. Fumó lenta y pausadamente, sin dejar de mirar la tela.

El cigarrillo estaba casi consumido y la ceniza, sin darse él cuenta, había ido cayendo sobre su bata; entonces sucedió. Arrojó la colilla por el hueco de la ventana con un gesto enérgico y se acercó al cuadro con los ojos convertidos en analíticas e inquietas rendijas. Paseó, ya muy de cerca, su mirada por cada centímetro de tela, por cada pincelada y cada trazo. Ahora casi tembloroso, volvió a alejarse. La ominosa perfección de su pintura le inquietaba. Todo estaba en su sitio. Demasiado en su sitio. Demasiado perfecto. Insoportablemente exacto. Foma y color palpitaban fieramente, provocaban un vértigo oceánico, saciaban los sentidos hasta abrir senderos blancos en un especie de embriaguez opiácea.

Obligándose a arrancar la vista de aquella belleza espeluzanante, se volvió bruscamente hacia la ventana. La cerró con un golpe seco, como tratando de impedir que algo que volase por la habitación escapara. Inspiró hondamente. Contempló las fachadas de la Rue Lepic a través del vidrio. Divisó el taller de un par de amigos en las buhardillas de los edificios de la otra acera. También estaban trabajando, ignorantes de lo que él acababa de descubrir. Y así debía seguir. Sacó de nuevo el mechero y el tabaco de su bolsillo. Dejó el tabaco en el alféizar y se acercó al cuadro. El pulgar hizo girar la piedra. Saltó la chispa y se encendió la llama inmisericorde. La pintura prende rápido. La tela del cuadro perfecto se contrajo sobre sí misma casi con dolor.

7 comentarios:

Beatriz dijo...

Bueno, creo que entiendo bastante bien el sentimiento del artista de una obra propia que: 1) o bien es demasiado perfecta y no dice nada, y por lo tanto directa a la hoguera, o 2) dice demasiado de uno mismo y es insoportable sobre todo para ése uno mismo, y por tanto, ídem eadem.

Rue Lepic, eso suena a barrio parisino bohemio total, tipo Montmartre o Quartier Latin (pero yo ni idea, eh, de la calle, me refiero).

Mu xulo!
Petons :)

Carso dijo...

Yo me he quedado en el alfeizar, entre la ceniza y las bocanadas profundas despues de haber terminado la obra. Por un momento he temido que lo tiraras por la ventana, mejor asi, podra pintar muchos mas cuadros que se acerquen a la perfeccion sin llegar a tocala.

paula dijo...

Me ha encantado tu relato de tintes góticos.Mientras te leía,confieso que fumando, e imaginado que podías colgar,en el marco vacio, el retrato de Dorian Gray y pintarle unos bigotitos de Sena,para que la perfección desemboque en el mar.
Un abrazo.paula

Unknown dijo...

Rue Lepic. Montmartre, claro, ¿dónde si no, Ester? Cierto, que una obra perfecta, en cualquier sentido, deber suponer una insoportable pesadez, y algo que no sé si podría ser ni si alguien debería ver o leer.
Oscar, ¿ya querías suicidar a mi pobre pintor? En otra versión hacía las maletas y se volvía a Barcelona dejando el cuadro allí para quien lo encontrara, ventana abierta así a una posible segunda parte.
Paula, no había pensado en Dorian Gray, pero tu perspicacia lectora enriquece mi texto, gracias. Gracias a los tres.
Un abrazo.

R.P.M. dijo...

La obra perfecta sólo se consigue cuando se acaban las aspiraciones. mejor entonces no llegar a ella, ¿no? Muy bohemio y montmartrino -jo que palabro me acabo de inventar. Va por ti, amigo Carles-

Mercè Mestre dijo...

M'agrada saber que encara hi ha cronopios pel món que fan de les seves. Són la millor vacuna contra la síndrome de Stendhal.

Felicitats, Carles, per la teva habilitat per descobrir-los.

Anónimo dijo...

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