Cuando a aquel muchacho le sobrevino la duda de si aquello estaba bien o mal, no conocía a Zaratustra ni a nadie que le pudiera iluminar, salvo su padre –había descartado a su madre por razones de masculinidad-.
Los amigos carecían de criterio, o al menos eso pensaba él. Y en el entorno religioso, la respuesta vendría acompañada de una gran penitencia. Además, él no buscaba saber si era o no pecado, sólo si estaba bien o mal.
¿Y cómo se lo digo a mi padre? A pesar de que no dudaba de que habría una respuesta conveniente, carecía de la elocuencia suficiente para plantear la duda sin que se viera afectado por la vergüenza del desconocimiento y la innegable presunción de haber ya cometido el acto sobre el que dudaba acerca de su bondad / maldad.
Aquel día, miró a su hermana mayor con ojos de por qué tú no naciste varón.
Los amigos carecían de criterio, o al menos eso pensaba él. Y en el entorno religioso, la respuesta vendría acompañada de una gran penitencia. Además, él no buscaba saber si era o no pecado, sólo si estaba bien o mal.
¿Y cómo se lo digo a mi padre? A pesar de que no dudaba de que habría una respuesta conveniente, carecía de la elocuencia suficiente para plantear la duda sin que se viera afectado por la vergüenza del desconocimiento y la innegable presunción de haber ya cometido el acto sobre el que dudaba acerca de su bondad / maldad.
Aquel día, miró a su hermana mayor con ojos de por qué tú no naciste varón.
1 comentario:
Bueno, estoy segura de que la primogénita tendría esa misma alegación en su descargo: por qué coño no nació mi hermano antes? En realidad, eso nos pasa a todos, primogénitos o no. Excepto, claro está, a quienes no les pasa.
Ksss
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