lunes, 11 de abril de 2011

Nunca mais


A Esther-Ana Álvarez, in memoriam


Estamos en tiempos de despedidas, así que no va a resultar disonante que yo hoy publique este post aquí. Y si así fuera, me la traería floja: es época de adioses y de crisis, de modo que sálvese quien pueda. Al fin y al cabo, mi amiga ya no va a poder leer estas líneas.

Se llamaba Esther y nació un 7 de noviembre de final de los cincuenta. Yo la conocí en la ciudad condal en los primeros noventa. La casualidad quiso no sólo que compartiéramos nombre y signo zodiacal, sino también espacios geográficos –y eso que ambas éramos inmigrantes en Barcelona y procedentes de zonas distantes entre sí-, intereses profesionales e intereses académicos.

Coincidimos en las aulas universitarias, primero las dos a un lado de la tarima en los estudios de tercer ciclo, luego en el bando contrario: tenía una habilidad especial para la preparación de las clases, sin duda por su mucha expertise, dado que me llevaba justo una década de ventaja –exactamente 10 años y 1 día- y se conocía los trucos de la didáctica del inglés al dedillo. Muchas fueron las tardes que pasamos mano a mano preparando ítems para exámenes y redactando Reading comprehensions de textos sobre Algonquian Cinderellas y empowering feminism.

Era menuda y de ojos azules. Con frecuencia me vi tentada de descubrir, no sin orgullo, un cierto paralelismo entre nuestras personas cuando afianzamos la amistad y nos dio por intercambiar confidencias del tipo al que las mujeres somos dadas (familia, amores, desamores, sexo, hijos…). Pero siempre acababa por concluir que, en realidad, el paralelismo no era más que fabulación mía: ella era mucho más animosa y decidida, y poseía la portentosa y admirable capacidad –admirable al menos para mí, que no la poseo- de saber separar el grano de la paja, es decir, elegir lo que merecía la inversión de sus energías –o preocupación- y descartar el resto sin miramientos.


Así que cuando circunstancias de la vida hicieron que siguiéramos caminos divergentes y supe de su enfermedad, nunca dudé de que la superaría con éxito: había criado dos hijos prácticamente sola, trabajaba más horas al día más meses al año de lo que los estándares de salubridad actuales, ni siquiera los del s. XX, considerarían aceptable, y por fin había podido realizar su sueño de defender en su propia universidad una tesis doctoral. El ánimo, el buen ánimo, y la buena disposición mental son fundamentales para la curación, vaticinan a diestro y siniestro los gurús de la medicina. Y ella los tenía, a pesar de todo.

En una sala lateral del patio de letras del histórico edificio de la Universidad de Barcelona la vi por última vez, poderosa y diestra en aquel melieu académico al que yo ya me había rendido, defendiendo con diligencia sus hipótesis sobre las narrativas orales en inglés. La famosa frog story nos había unido unos años antes y me había abierto las puertas de su guarida familiar, muy cerca del hospital Clínico. La frog story y sus narrativas cerraron también nuestra historia, aunque de aquel momento haga ya 10 años largos y yo no haya tomado conciencia hasta ahora.

Porque Esther se fue sin yo saberlo. Su buen ánimo y buena disposición mental no fueron suficientes esta vez para vencer la enfermedad. Las postales navideñas que cada año le enviaba y que nunca me fueron contestadas hoy adquieren un nuevo significado. Debo admitir que prefiero no imaginar hoy lo que en realidad fueron sus silencios, que yo atribuí al estrés derivado de su –suponía que- nuevo estatus entre el staff académico universitario y a la consiguiente falta de tiempo. Si en lugar de 10 años hubieran sido 5, la tecnología habría jugado en nuestro favor. Pero los acontecimientos, especialmente los luctuosos, no se programan ni se planean: sencillamente ocurren. Como ocurrió hoy el fortuito encuentro con el portador de tan malas nuevas: aunque sólo fueran nuevas para mí, ello no las hace menos malas.

Te he evocado a menudo este tiempo, Esther; he recordado cómo nos unieron nuestros intereses académicos hace ya tantos años, el amor que ambas profesábamos por esa lengua, el inglés; cómo nos reímos redactando aquel paper sobre los intercambios orales a partir del clásico de Lolita con Peter Sellers y James Mason de protagonistas. Me he preguntado también por tu salud, por tu matrimonio, que atravesaba malos momentos, por tus dos hijos con quienes compartí algo más que una comida y una visita al supermercado. Me he alegrado a distancia de la que imaginaba tu despuntante y ansiada carrera académica después de superar cum laudem esa prueba que tanto nos atemorizaba a ambas. Y sin duda, te he tenido presente cada uno de estos 7 de noviembre que han transcurrido desde que dejamos de vernos. Pero jamás, jamás, jamás pude imaginarme que tus silencios significaran tu ausencia ya definitiva.

Esta foto de las dos, tomada en París en 1998, ocupará a partir de hoy un lugar privilegiado entre la memorabilia digna de ser salvada del olvido. Porque desde hoy sé, y no puedo hacerme a la idea, que nunca mais, Esther Álvarez, PhD. Nunca mais, compañera tocaya.

7 comentarios:

Bruno Jordán dijo...

Dice Ferran Fernández que cuando uno se preocupa más de los enemigos que de los amigos, las cosas van realmente mal. No es el caso del que hablas, claro, Ester, pero creo que "viene al". Nunca mais.

También nunca mais con tristeza al hermoso 7V. Nos vemos en el camino, companerxs.

Beatriz dijo...

Ya, ya, one for the road, please.

Gracias, Bruno. See you on the way ;)

Mercè Mestre dijo...

Qui parlava de pessigar la pell de la vida?

Bah, cap comiat. Sempre hola!

Carso dijo...

Has trasmitido el golpe en el pecho como un dolor seco, sin ocasión para la lágrima que se llora en presente, pero sí para la palabra que nos ayuda a fijar el recuerdo.

Unknown dijo...

No podia imaginar manera més colpidora d'anar tancant el blog. No hi ha text teu que no xoqui i es fixi i provoqui tremolor. Després de llegir-te, intueixo que el comiat de demà es quedarà curt. Però, com diuen per aquí, tot comiat és un hola, una fixació de l'evocació en un petit present etern. No oblidar. Així sia. UN B7.

Beatriz dijo...

Ciao, companys. An honour, and a pleasure.
;)

Dante Bertini dijo...

llego hasta aquí por primera vez y me encuentro con dos despedidas, a cual mas dolorosa.
Vengo de otra y mi blog la recoge en forma de canción(es), aunque esta tiene al menos la posibilidad de un reencuentro.
Escorpio también, del 9 de noviembre, lamento la pérdida de este lugar y aún más la de una mujer valiente a la que ni siquiera llegué a conocer.