domingo, 11 de noviembre de 2007

EL VERANO DEL AMOR

Por Rufino Pérez

En 1967, S. Francisco fue el escenario de una explosión juvenil de pacifismo, música y liberación sexual, el denominado “verano del amor”.

“If you are going to S. Francisco / be sure to wear some flowers in your hair”

Flores en la cabeza. Nacía el hippismo, la “gentle people”, que Scott Mackenzie animaba a encontrar en la bahía de S. Francisco, gente nada convencional, que vestía ropajes floreados, de colores chillones, pelo largo, que fumaba hierba y hacía el amor libremente, durmiendo en parques y pisos abandonados de la ciudad.

Una forma de escapismo, de abandono de una sociead adulta opresora. No querían ser clones de sus padres y abuelos –buena casa, esposa fiel, barbacoa (paella) familiar el fin de semana-. Una forma de ruptura con las generaciones de posguerra: Ginsberg, Kerouack.. Y verdaderamente no fue un movimiento prefabricado, fue una “extraña vibración” que fue generando una verdadera revolución social, la primera revolución juvenil de la historia.

En S. Francisco, se mezclarían luego, tanto gentes de espíritu libre como turistas de fin de semana, mercaderes o chicas fugadas de casa (runaways), pero allí se generó una nueva forma de entender el mundo, una contracultura.

La música fue el vehículo más representativo y a la vez más comercial del movimiento, la encargada de esparcir su gran himno que culminará en el festival de Monterrey.

¿Y en España? Bueno, marcando diferencias, claro. Fraga inauguraba paradores de Turismo, Carrero Blanco ascendía –perdón por la ironía – a “delfín” de Franco que “abría la mano” dando entrada en las Cortes a los procuradores del “tercio familiar”; moría Azorín y el boxeador Pedro Carrasco era la figura popular. País.

Eso sí, tuvimos una película de los insignes Alfredo Landa –qué gran actor desaprovechado, de verdad- y Concha Velasco: Una vez al año, ser hippy no hace daño.

Bueno, ¿y qué? El movimiento hippy fue devorado por su propia inercia y la ayuda de la policía, los medios de comunicación que lo convirtieron cada vez más en un show y algún que otro insigne político de apellido Reagan y nombre Ronald, que cerró comunas, prohibió el LSD y devolvió a casa a las “runaway”.

¿Qué queda de todo ello? Quedan las palabras, los conceptos: pacifismo, ecologismo, movimientos alternativos, la liberación sexual –cada vez más recatada y mal entendida- y nos quedan los Beatles, la música. Poca cosa, es verdad, pero si quitamos el LSD y la única hierba que manejamos son las flores, tal vez merezca la pena acercarnos aunque sea “in memoriam” al movimiento hippy.

En cualquier caso, habría que fabricar veranos de amor, por lo menos uno cada año y festejarlos cada cual a su “amoroso modo” durante el otoño y el invierno. La primavera es ya de por si, época de enamorados. Este ha sido un verano de amor.

7 comentarios:

Gogus dijo...

La veritat és que sovint he estat una mica crític amb el hipisme i els 60's, però la veritat sigui dita, allà hi va passar quelcom més important del que creiem (i que m'hagués agradat viure en directe). A base de ridiculitzacions i atacs molt més "físics", s'ha reduït la seva influència a una mínima expressió, però quan la història vibra com ho van fer aquells anys, ja res queda exactament igual. La qüestió suposo que és: fins on arribarà el canvi?, serà realment decisiu?

Anónimo dijo...

Me ha gustado tu artículo, además en el 40 aniversario, que en San Francisco se celebró con algún evento sin mucha trascendencia pero con la misma intensidad y emoción (y a veces gente, abuelos con pelos largos y porritos sempiternos). Sólo decirte, de buen rollo, que Kerouac, Ginsberg muy especialmente, y en general, toda la Beat, más que ser la generación con que "romper", fueron los sembradores intelectuales en los 50 y el flower power recogió la semilla en los 60. Pero están intimamente unidos y en San Francisco todavía se respira Beat y hippismo, que van de la mano. ¡Qué gran lección!
Un saludo.

José

ivansan69@latinmail.com dijo...

El único legado de esta generación son los jipijos de hoy. Vestir como un desarrapado y oler a perro mojado no hace jipi si uno se escucha un disco bajado de internet con su MP3 en el bolsillo de un pantalón acampanado diseñado ex-profeso para alguna firma "independiente" de free-style. Los jipis de San Francisco nada tuvieron que ver con las Sor Ye-Yé peninsulares, que a lo sumo podían pasar por suecas feas y adineradas que venían aquí a hacer turismo de garrafa invitadas por las exequias ministeriales de Don Manuel Fraga Iribarne (gran negocio el guirismo para tapar la oscuridad de aquellas Españas). De todas formas, malvivir ahora en una casa okupa sin desprenderse de las comodidades "a la contra" de la gran ciudad -metro gratis, litrona de supermercado, una plaza donde hacer ver que uno toca la flauta para estirar la mano a ver si cae un euro, etc- tampoco hace jipi. Jipi es el que labra el campo, el agro que no se come un rosco cuando llega el invierno y vive rodeado todo el año de una naturaleza que respeta más que a Dios un cura. Leer a Kerouac o a Ginsberg no hace más jipi, y a la vista está en que, llegada la fama, ninguno de ellos pasó más penurias. De su círculo primigenio los más alumbrados "malviven" hoy haciendo exposiciones de arte en galerías fashion de Nueva York o de San Francisco, o componiendo músicas minimalistas con un sintetizador y haciéndose pasar por genios del arte culto. Y, por lo que más quieran, no vayan a creer que los valores reivindicados por el jipismo eran nada nuevo que no hubiera sido antes proclamado por los románticos (jipijos también, todo sea dicho, que abrazan la bohemia para no tener que trabajar), y antes por los juglares, y antes por los dionisíacos, hombres libres y no esclavos, que cantan a ideales epicúreos de la vida que sólo unos pocos saben disfrutar enquistados como parásitos de buen corazón en la sociedad occidental (y por ende capitalista). El jipismo es un invento para vender discos de Cream, Creedence Clearwater y los Doors, pero en realidad los que se beneficiaron fueron los agentes artísticos, los promotores de conciertos y los partidos de izquierda moderada en EEUU (si fuera radical no sería norteamericana, desde luego, lo que demuestra que, dentro de las comodidades del sistema, vale la pena estar en la contra sin tener que renunciar a un buen nivel de vida, ¿verdad?), o sea, los mismos que ahora montan pifostios antiBush con lo más salao de Jolivú y el supuesto rock combativo que se pasa en la Emtiví (o MTV, como prefieran). Mientras aquí los únicos que movían el culo eran los jipijos franceses durante la década de los `60, quemando contenedores mientras braman por la paz, y exigen unos ideales que, con los años, se han teñido con los colores de los billetes de euro, en EEUU se confunden churros con merinas y se junta (oh, qué turbio oportunismo) el derrotismo en Vietnam y el advenimiento -¡por fin!- de un género musical que hasta entonces estaba en manos de los ingleses (que, a su vez, le habían robado a los bluesmen negros, secuestrados "legalmente" hasta un siglo antes desde África). ¿Y me quieren hacer pasar todo ello como algo encomiable? Bueno, vale, pero sin mitificaciones, por favor. Si uno lo ve con los mismos ojos ingenuos con que vendían entonces la moto, puede pasar. Pero -supongo- hemos crecido un poco en el descreimiento, viendo ahora que se repiten los mismos actos de libertad (entremezclado con el vandalismo "de buen corazón") y de petardeo político. Claro, si yo fuera antisistema no estaría ahora conectado a la red. ¿O es que el sistema es sólo malo cuando no ganan los del bando de uno? A ver si va a ser que cualquier grupo con entidad pseudocultural va a ser también una trampa retórica del sistema... Abramos los ojos, ¿quieren?, antes de que nos taponen el del culo, otra vez.

Anónimo dijo...

Hola Iván:
No quiero parecer pedante al citar a Gramsci, que fue, entre otras cosas, teórico e investigador de la cultura popular, y en contraposición, de la cultura dominante. Él resumió en sus Cuadernos desde la Cárcel, como el pueblo artícula su propio discurso de crítica y lucha contra el poder que posee su propio lenguaje, su propia manera de entender el mundo. Un sistema cultural hecho para seguir dominando. A veces ocurre que las clases dominantes (y aunque la terminología parezca anticuada, siguen existiendo) se apropian de la cultura popular e incluso se aprovechan de ella. Todo este rollo venía a ilustrar como, a finales de los años 60 se producen una serie de revueltas en EEUU, París y también en Praga. Cada una de signo y orígenes distintos, pero con un denominador común: lós jóvenes quieren cambian el mundo, quieren invertir los valores más rancios, quieren aportar una visión más abierta. Y lo cambia todo. En España hagamos un aparte porque estaba más cerca de Marte que de otro sitio. Por supuesto estas revueltas no triunfan, pero los valores perduran, algunos de ellos los tenemos son tan habituales ya que ni les prestamos atención. Incluso el PP se atreve decir que son suyos. Otros siguen peleando desde ciertos grupos anti-sistema, tan heterógeneos que resulta difícil englobarlos bajo el mismo paragüas, pero en el que los hippies-con-perros-flautas-y-cartón-don-simón, son una minoría. Vidal Beneyto, Sami Nair, Ignacio Ramonet, Casaldaliga, Eduardo Galiano, Mayor Zaragoza, estarían en la cúspide intelectual y son activos dinamizadores de algunos de ellos. Los tiempos cambian, y en nuestro tiempo internet no es un lujo de clase media, y en cualquier caso, los límites entre clases y grupos están muy difusos. Igual que la utilidad de la máquina de vapor era en un primer momento económica y posteriormente de transporte, internet es una herramienta fundamental para aglutinar y cohesionar grupos y acciones contestatarias, y esto es una ventaja (vease Seattle o Génova). Esta claro que todos, todos, todos estos movimientos han sido y son sobrevolados por carroñeros, gente que ve el negocio, pero huelga decir que de esto no se libra nada, al menos nada que tenga interés. En mi opinión (humilde) no se puede renunciar a la utopia; es un motor. Está claro que no hay que ser cándidos e inocentes y que hay que diseccionar con un bisturí la mierda, pero que no se nos llene mucho el bisturí porque si no podemos quedarnos muy quietos con la expresión llena de cinismo y con el dichoso tapón en el culo además.
Un saludo.

José.

Gogus dijo...

Mmmm, Ivan, jo no destaco precisament per una gran fe en la humanitat, però sí sé que les coses, en part, són com les veiem i les fem, i tal i com les veus tu, bufff,no trobo on agafar-m'hi per a ser una mica constructiu. Em sembla que reduir la revolució cultural dels 60's a "jipijismo", com també fer una reducció similar de la revolució romàntica a "jipijos también, todo sea dicho, que abrazan la bohemia para no tener que trabajar", es o caure en un desencantament tendenciós i afectat i, tot sigui dit de pas, d'una bohèmia considerable, o en un pragmatisme reduccionista propi del comunista més exaltat o del capitalista més prosaic. No sé de quin cantó carregues tu. En tot cas, no se li pot demanar a tots els individus d’una generació, o a més d'una, que encarnin a la perfecció i sense màcula tots i cada un dels aspectes de l'esperit de la seva època o de les seves idees. Durant els 60's, com va passar amb la sensibilitat del romanticisme, amb més o menys fortuna, es van produir una sèrie de girs, i encara està per veure què ens aportaran. En part, que sigui “jipijismo” o no, depèn de nosaltres i de la nostra capacitat de re-actualitzar allò que val la pena i, naturalment, de pol•lir allò que ens engarrota.

Carla dijo...

Creure en el desencant de tot és aferrar-se a un principi, a un dogma. Jo crec en la flexibilitat, i no considero que sigui cap traïció a la intel·ligència prendre premisses com principis dels què parteixes, simple i senzillament perquè emocionalment t'han convençut. Part d'aquesta flexibilitat consisteix en, com molt bé s'ha dit aquí, considerar i seguir utopies, com a paràmetres o asímptotes, coses a perseguir sabent (i aquí radica la flexibilitat) que tot és imperfecte perquè res no està complert, així que la utopia en sí és simplement això, utopia. La qüestió és quina és aquesta utopia, i el què és innegable és que cada pols de la història té una utopia que alimenta les accions dels individus. No hi ha res més lluny de la realitat que creure que les idees van separades de la vida pràctica. Però en resum: als seixanta/setanta va haver-hi un pols en la històriaglobal, un pols que vist des de fora sembla orgànic i adaptat a les particularitats dels diversos moments que passaven els diverssos països que, més perceptiu en el cas d'EEUU, o més ideològic en el cas de França, va aconseguir un gir en la vida pràctica i en el desenvolupament ideològic de les dècades posteriors. Crec que negar això és fer una falta a una part important del propi present.

R.P.M. dijo...

Terciando en la polémica a lo mejor la cago, pero insistiría en que creo que se puede reconocer en el movimiento hippy la capacidad de mostrar al mundo el lado opuesto del capitalismo, en un momento en que todo orientaba hacia lo contrario. Que después fuese fagocitado por los de siempre, no es más que reconocer que tal vez pueda ocurrir lo mismo con otro movimento similar. Pero, ¿vamos a dejar por ello de movernos? Hoy nos estamos cargando el planeta, y cada vez más necesitamos creer en una humanidad que recupere principios tan sólidos como la paz, el hermanamiento y la ecología. Y sobre todo el compromiso con uno mismo y con la tierra en la que vive, que ni es exclusiva ni es eterna. Y volverse un poco hippy no necesariamente implica vestir de determinada manera. En fin, sigo creyendo que a este mundo le falta amor.