Por Carlos Rull
(Leer la primera parte.)
Durante toda el día los semáforos volvieron locas a las autoridades y trajeron breves instantes de paz a los afanosos y atareados transeúntes. En los noticiarios de la noche se comunicó con grandilocuencia y pompa a toda la población que la avería había sido completa y definitivamente subsanada y que, siempre según la versión oficial, había sido causada, por un virus informático cuyo autor o autores y sus cómplices sería perseguidos y juzgados con todo el rigor y la fuerza de la justicia. En dicho noticiarios se valoraron y lamentaron las pérdidas económicas sufridas mientras representantes de la autoridad competente afirmaban poder garantizar para la mañana siguiente la más absoluta de las normalidades. El presentador acabó afirmando que podía considerarse, sin ningún género de duda, que “el día rojo” había concluido, que las autoridades habían hecho y harían todo lo humana y materialmente posible por minimizar los daños causados y que tal barbarie informática en ninguna circunstancia podría volver a repetirse.
Los que madrugaron a la mañana siguiente comprendieron con sus oídos y sus ojos que no había esperanza ni futuro posibles. Los primeros que salieron de sus casas lo notaron enseguida: los semáforos funcionaban correctamente, sí, pero no había ningún pájaro en el cielo gris, ninguna paloma en el cemento gris, ningún gorrión en las paredes grises, ninguna gaviota sobre el agua gris. No se oía canto alguno, ni piar ni graznar, ni arrullos, ni zueros, ni cantaleos. Algunos no se dieron cuenta del cambio pero para otros supuso más gris sobre gris. Los noticiarios de la mañana no hicieron mención alguna del fenómeno, y sólo alguna emisora alternativa y alguna página web incluyeron alguna referencia. Hacia el medio día, sin embargo, la situación se hizo insostenible. La prensa local, el ayuntamiento, la policía y todos los servicios públicos no daban abasto en sus teléfonos. Un grupo de jubilados se manifestaba ante la puerta del consistorio exigiendo el regreso de las palomas a los parques.
El alcalde se desesperó al conocer que aquellos sucesos acaecían exclusiva y únicamente en su cuidad y que el resto del país y del universo seguían inmersos en su frenético ritmo de producción y consumo. Reunido el consejo municipal en sesión de emergencia, algún edil aconsejó lanzar el rumor de un virus que sólo afectara a las aves y que hubiese sido propagado por el mismo terrorista que causó el desbarajuste de los semáforos. El alcalde, tras mentarle a su madre y decretar públicamente que era imbécil, exigió al capitán de la policía local que averiguara inmediatamente qué carajo les pasaba a los putos pájaros y qué diablos había ocurrido en realidad con los jodidos semáforos.
En esos minutos extraños entre los últimos rayos del sol y las primeras estrellas, algunos creyeron distinguir unas pequeñas sombras aladas que atravesaban fugaces el cielo sorteando antenas, cables y chimeneas, y la mayoría se consoló pensando que tal vez al día siguiente regresarían las aves y la normalidad. Una minoría pensó que ya tenía guasa que sólo se hubiesen quedado los murciélagos.
4 comentarios:
Ja, jaaa! Que bo!
Em sembla que els ocells estavem de farra amb el un petit pony, pujats en un avió de paper...
Segons on estigui tatuat el pony, i segons cap a on voli l'avió de paper, fins i tot els rats-penats s´hi acabaran afegint.
...esto acarrearía muchas pérdidas al ayuntamiento, que desde hacía unos meses había decidido multar a aquellos abuelos que para pasar el tiempo daban de comer a las palomas...
http://www.adn.es/ciudadanos/20070910/NWS-1930-Londres-palomas-Trafalgar-multas.html
También son pájaros de la naturaleza. Y montan fiesta, no creas. Ahora que no sé yo si el Ayuntamiento se dará cuenta de que la culpa de todo la tiene Batman. Y si no, ¿qué pintan los murci en el relato? Muy bueno, compa.
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