martes, 29 de julio de 2008

LA CIUDAD SIN AVES (y VIII)

Por Carlos Rull

No importa quién habla.
Soy el que puede decir lo que él dijo.
R. Piglia, Prisión Perpetua



Llegaron a Estínfalo un día de lluvia y frío. Se dirigieron los tres por separado en busca del lago, sin saber que éste dejó de existir hace siglos y su único rastro es un cenagal. Se encontraron y se reconocieron bajo una cortina de agua en lo que antiguamente fue el fondo del lago. Tres sombras abandonadas, tres siluetas de agua y miedo y olvido, tres fugitivos de la memoria. Pero de la memoria no se puede huir.

No preguntaron, así que nadie puedo advertirles que en el antiguo fondo del lago el suelo era inestable, cenagoso, movedizo. El limo reclamó a su presa mientras miles de aves entonaban su ensordecedor réquiem en los árboles del valle. El limo abrazó sus tobillos, acarició sus muslos y lamió sus caderas antes de que los dos hombres lograran arrancársela y reclamarla para la esperanza. Reconoció a uno de ellos, pero nunca supo el nombre del más fuerte. Ambos le susurraron un beso antes de hundirse. Cuentan que al día siguiente las aves regresaron a la ciudad. Ella me lo explicó todo antes de partir en busca de una ciudad olvidada y una cima inexistente. Mi nombre es Homero.


FIN
(Imagen: Monte Olimpo, Grecia. )

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